En un artículo en el diario en idioma árabe de Londres Al-Sharq Al-Awsat, el redactor progresista iraquí Khalid Al-Kishtayni recordó en sus memorias de niñez sobre un encuentro con un anciano judío en Irak. Como niño, Al-Kishtayni había escuchado historias de que los judíos mataban a niños no-judíos para usar su sangre en sus rituales, y el encuentro por consiguiente dejó una fuerte impresión en él. Lo siguiente son extractos del artículo: [1]

«El antisemitismo era escaso en Europa, y casi inexistente en el mundo islámico hasta que el sionismo apareció en escena, claro… Una de sus manifestaciones era la creencia de que los judíos secuestraban y asesinaban a niños [no-judíos] durante sus fiestas para poder usar su sangre en sus rituales. Los árabes no supieron de esta [creencia europea], pero durante el siglo 19 un muchacho musulmán desapareció en Damasco, y hubo un rumor de que los judíos lo habían secuestrado para este propósito. Como resultado, [algunas] personas hicieron lo imperdonable y atacaron el barrio judío, hasta que la investigación encontró que uno de los misioneros europeos había circulado el rumor. En ese momento, cuando éramos niños, rastros [de este libelo] continuaron escuchándose entre nosotros, y ganó fundamento aunque este había sido encontrado de ser falso.

«Cuando muchacho me encantaba deambular por la calle Al-Rashid y a través de los barrios cristianos y judíos ahí. [Un día] me encontré en el mercado Hanoun en el barrio judío. De repente una puerta se abrió, y un hombre anciano de pelo canoso con una larga barba blanca salió… Si yo hubiera estado dirigiendo una película sobre Zacariah, Luqman [un pariente de Job conocido por su sabiduría], o Noé, no hubiera podido encontrar un mejor personaje para representarlos.

«Elevó su mano hacia mí y señalo que viniera hacia él. El miedo se apoderó de mí, pero no pude con la magia en las yemas de sus dedos, la cual lo acercaron hacia mí como un imán. Abrió la puerta, y me dijo que entrara. No podía desobedecer, y me llevó con su mano. Comencé a preguntarme a mí mismo si éste era mi fin. Deseaba no haber entrado! ¿Por qué no podía escapar y regresar con mi familia?

«Preguntó mi nombre, y yo contesté [Khaled]. Él dijo: ‘Maravilla de maravillas, [como el nombre del comandante musulmán] Khaled Al-Walid. ¿Y dónde vives? Y cuántos años tienes? ‘ Yo me dije: ‘Me está preguntando cuántos años tengo para estar seguro de que mi sangre es conveniente para el hecho. Puso su mano sobre mi cabeza y preguntó: ‘Khaled mi hijo, sabes como encender un fuego? ‘ Otra onda de terror corrió sobre mí. ¿Me cocinará sobre fuego? Él dijo: ‘Muéstrame cómo enciendes el fuego en la estufa.’ Tomé un fósforo, y encendí la estufa con una mano temblorosa.

«Este hombre, uno de la gente de la Torah, el Talmud y el Mishna, me besó en la cabeza y me llevó a un cuarto con un armario antiguo. Abrió una de las gavetas, sacó un puñado de chocolate, y lleno mis bolsillos. Me llevó, completamente asombrado, a la puerta, abrió la puerta, y me dijo adiós, bendiciéndome, deseándome una vida larga y agregando: ‘Dale saludos a tu padre’.

«Salí, pasmado, y corrí deprisa a casa como alguien que ha despertado de un extraño sueño. Le conté la historia a mi padre y a mis hermanos, y se rieron de mí, y dijeron: ‘Es el Shabát. A los judíos se les prohibe encender fuego en el Shabát. El pobre anciano estaba sediento por una taza de té’.

«Compartimos el chocolate, y me pasé el resto de la semana contando los días hasta el Shabát, y luego hasta el Shabát después de ese y el que viene después de ese. Cada Shabát al que fui en esa misma calle, esperando que el anciano de pelo canoso abriera la puerta y que yo encendiera su fuego, y él llenaría mis bolsillos del chocolate. Pero la puerta nunca se abrió de nuevo, y esos rasgos antiguos, de los tiempos Bíblicos, no reaparecieron. Recientemente he estado pensando en tocar la puerta y preguntar: ‘Tío mío, Abu Sasson, no necesitas a alguien que encienda tu fuego?'»


[1] Al-Sharq Al-Awsat (Londres), 5 de abril, 2005.