En un artículo titulado «Nacimos en una Ciudad de Tolerancia Religiosa» en el diario en idioma árabe de Londres Al-Sharq Al-Awsat, el renombrado escritor y redactor egipcio Anis Mansour discutió las relaciones musulmanas-cristianas-judías en Egipto durante las últimas décadas. [1]
Lo siguiente son extractos:
«Nosotros los residentes de [la ciudad de] Al-Mansoura éramos de origen francés o turco, y entre nosotros vivian grandes comunidades de inmigrantes extranjeros que tenían sus [propias] iglesias y escuelas. Como niños, hablábamos por consiguiente en muchos idiomas. Los extranjeros nos enseñaron y nos dieron dinero en monedas. Así, como muchacho sabía francés, italiano y alemán, y así también muchos otros. No había un día en mi vida en que yo no profería los nombres Jirjis, Hanna, Cohen, Levy, Jacques, Marianne, Violeta, y Arlette. Éstos eran los nombres de mis amigos en la escuela, o de mis vecinos. Todos nosotros jugábamos juntos en la calle, nos reuníamos en la biblioteca pública, o nos encontrábamos en la tienda del Sr. Cohen, que vendia pulimento de zapatos, alfileres, y fósforos. Ayudamos a nuestro amigo a cuidar la tienda cuando su padre estaba fuera, y [ayudamos] nuestro amigo Jirjis y a su padre, el sastre que [igualmente] nos dejaba [a cargo de] la tienda. Servimos a los clientes que querían que le plancharan su ropa, y limpiábamos las instalaciones.
«Nosotros nunca nos preguntamos por qué [deberíamos hacer esto]. Mi padre y mi madre no desaprobaron nada cuando escucharon hablar de esto. Mi madre lo consideró un [acto] apropiado y moral que reflejó la hermandad y la amistad. Ella también visitó a las mujeres cristianas y judías, y ellas la visitaron. Yo solía acompañar a mi madre cuando visitaba el hospital, trayendo flores y frutas para algún niño enfermo – a uno de mis condiscípulos – o para su madre o padre. Una vez, me pidió que me pusiera algo de ropa negra limpia y lustrara mis zapatos. Yo tenía que ir a la iglesia, ya que el padre de uno de mis amigos había muerto. Mi madre me aconsejó que me sentara calladamente y no hablara, sin importar lo que vi allí. Fui y me senté en el último banco, con mi cabeza arqueada, y sin entender nada de los que vi u oí.
«Hasta entonces, no entendí lo que significó para una persona el ser cristiano o judío, y cual era la diferencia. [No entendí] la importancia de ser besado por una madre cristiana o judía, de verla visitar nuestra casa, o de acompañar a mi madre en una visita a la casa de Jirjis o a la [residencia] de los Cohen.
«Hasta [un día cuando] uno de mis parientes me encontró jugando en la calle, me detuvo, y me preguntó por mi padre y madre. Entonces dijo: ‘Te oí decir [los nombres] Jirjis y Cohen’.
«‘Sí’, contesté.
«‘No comprendes que uno un copto y el otro es judío?’ él preguntó (en un tono de amonestación). ‘Cómo [puedes] jugar con ellos? Sabe de esto tu madre?’
«‘Sus madres son amigas de mi madre’, contesté.
«Pero él preguntó de nuevo en forma de advertencia: ‘Lo sabe tu padre?’
«‘Él los visita también’, contesté.
«Mi madre me preguntó [sobre esto], y ella denunció las preguntas de nuestro pariente. A ese punto, comencé a pensar y a entender.
«[Pero] ellos [Jirjis y Cohen] han seguido siendo mis más queridos amigos!»
[1] Al-Sharq Al-Awsat (Londres), 30 de octubre, 2005.