Por: Yigal Carmon
En una fascinante entrevista, transmitida en el canal de televisión Rusia Today el 20 de julio, 2016 Yuri Kotov, veterano funcionario de la KGB, relató de manera amarga episodios históricos de su servicio que ilustraban el cómo líderes de la URSS ignoraban los servicios de inteligencia que a estos se les proporcionaba. Uno de los episodios más instructivos tenía que ver con la perestroika de Gorbachov y el «nuevo pensamiento» hacia Occidente. La entrevista fue tal como sigue:
Yuri Kotov: «Durante y después de la disolución de la URSS, fui funcionario del servicio de un inteligencia en un país que no puedo nombrar. Esto fue a finales de los años 80 y comienzos de los 90. Yo solía venir desde donde yo servía y, naturalmente, sentía lo que estaba sucediendo en Moscú y en el liderazgo en las diversas instituciones estatales, incluyendo el Comité para la Seguridad del Estado, la KGB.
«En mi opinión, los principales dirigentes del país, especialmente Mijaíl Gorbachov, estuvieron bajo la influencia de la embriaguez que comenzó a finales de los años 80, cuando se firmaron varios acuerdos con los países occidentales, tales como la reunificación de Alemania Oriental y Occidental, Para ese entonces, Gorbachov se enorgullecía de los líderes occidentales. La palabra perestroika se convirtió en un término internacional muy conocido y Gorbachov, en particular, se hizo famoso en todo el mundo. Para muchos políticos soviéticos, especialmente Mijaíl Gorbachov, una nueva era había comenzado, una era de falsa cooperación, en lugar de confrontación.
«Gorbachov declaró públicamente que la URSS ya no tenía rivales en el mundo, sino sólo socios. Esa era la situación. Esta llegó al punto de que Vladimir Kryuchkov, jefe de la KGB para ese momento, le daría a Mijail Gorbachov información altamente secreta, obtenida de importantes fuentes de inteligencia, apuntando a los planes e intenciones antisoviéticas de los Estados Unidos. A pesar del afecto de [apariencia superficial], Estados Unidos nunca detuvo su política de conflicto y sabotaje contra nosotros. Los norteamericanos quisieron incursionar más, debilitar a la URSS y evitar se desarrolle. Por lo tanto la información de Kryuchkov era esencial para nuestro liderazgo y debería haber conducido a posturas políticas determinadas.
«Una vez, luego que Kryuchkov colocara documentos serios sobre el escritorio de Gorbachov, éste último se dio cuenta de que contenían información que señalaba al hecho de que los estadounidenses nos estaban engañando y hacían lo contrario de lo que decían. El jefe de la KGB le dijo que la fuente era totalmente digna de confianza y que este conocía personalmente a la persona que había divulgado esta información».
Entrevistador: «¿Kryuchkov se lo llevó a Gorbachov?»
Yuri Kotov: «Sí, se trajo esta información secreta. Para ese momento, Gorbachov gritó: «No trate de meter una cuña entre los estadounidenses y yo, llévese esta información consigo, no la necesito». ¿Puede creer eso?»
Entrevistador: «Qué terrible».
Yuri Kotov: «Nadie sabe sobre esto».
(Para ver la entrevista en su totalidad por favor haga clic aquí.)
Un cuarto de siglo más tarde, un presidente estadounidense puede que se encuentre en la misma situación.
El Presidente Trump está interesado en darle vuelta a una nueva página y colaborar con Rusia en ciertas áreas, pero los servicios de inteligencia estadounidense están supuestamente tratando de disuadir a que lo haga, porque Putin busca perjudicar a los Estados Unidos y sus intereses. Estas advertencias provienen de los remanentes administrativos quienes son partidarios de Obama en la comunidad de inteligencia, pero también pueden estar secundados en los próximos días por quienes Trump nombró. Su inteligencia será la correcta, ya que los órganos estatales rusos indudablemente continúan trabajando en contra de los Estados Unidos, mientras que el propio Putin desesperadamente necesita y desea cooperar con este. Los líderes siempre cubren sus apuestas y, en el caso de Putin, desean asegurar sus intereses, metas y estatus en caso de que la colaboración con los Estados Unidos fracase. Por lo tanto, podemos asumir que las continuas acciones rusas contra los intereses estadounidenses no van en contra de la voluntad de Putin, sino que pueden estar dirigidas por él, incluso personalmente.
Esto no difiere de lo que hicieron los norteamericanos durante la Perestroika. Los Estados Unidos querían una nueva relación no antagonista con la URSS, pero el jefe de la KGB Kryuchkov vio, correctamente, que al mismo tiempo las agencias estadounidenses de inteligencia y seguridad continuaban sus actividades en contra de los intereses soviéticos, probablemente con la aprobación presidencial estadounidense. Los presidentes norteamericanos también protegen sus apuestas y proceden por lo menos sobre dos carriles contradictorios, con el fin de mantener todas las opciones abiertas y evitar jugar al tonto si su política preferida fracasa.
Gran parte del debate sobre Trump y Rusia, al igual que los comentarios de Kryuchkov sobre Gorbachov, parece estar cementado en la extraña idea de que los estados formulan políticas basadas solo en la dimensión comunitaria de inteligencia o que las democracias sólo deberían tratar con las demás democracias afines. La política siempre es algo muy desordenado y la política internacional lo es aún más. En el 2015, el altamente respetado General Petraeus lanzó la idea de utilizar a Al-Qaeda en contra del EIIS. Los Estados Unidos también han cooperado con el régimen islamista en Sudán en contra de Al-Qaeda, mientras que la administración Obama incluso descongeló las relaciones con el régimen de Castro, cuyos agresivos aparatos de seguridad han tenido en la mira a los estadounidenses durante décadas.
Estas similitudes históricas ponen de relieve la brecha entre los servicios de inteligencia y la diplomacia. Es comprensible que el ser un estadista deba sopesar a los servicios de inteligencia que este recibe y no debe desatender a los servicios de inteligencia que claramente contradicen su gran diseño, cuyo éxito no está asegurado. La pregunta que queda es hasta qué punto un líder puede tolerar la disonancia cognitiva inherente al intento de provocar cambios en las relaciones internacionales y en qué momento debe deshacerse de este gran diseño ante los servicios de inteligencia que sugiere que puede que no tenga éxito.
En primer lugar, debería ser obvio que en una democracia, determinar cuándo seguir y cuándo descartar un diseño mayor es prerrogativa del líder y es el líder quién pagará el precio por su fracaso si este pierde el momento en que tiene que abortar.
En la Unión Soviética no democrática, ese mismo jefe de la KGB Kryuchkov, fue uno de los que conspiraron para derrocar a Gorbachov en 1991 por lo que se creía fue la venta de intereses soviéticos de este último. (La historia mostraría que la conspiración logró lo contrario a su objetivo, porque el que llegó al poder fue Boris Yeltsin, quien procedió a disolver a la Unión Soviética).
¿Hasta qué punto debe un líder perseguir su diseño mayor contra todas las advertencias de los servicios de inteligencia y cuándo debe prestarle atención a sus agencias de inteligencia y descartarlo? El escritor, cuyos antecedentes combina inteligencia y consejo a dos primeros ministros israelíes de dos partidos diferentes, ha presenciado de cerca tales dilemas. Este no se atreve a ofrecer una respuesta segura, pero puede sugerir que se examinen constantemente dos criterios principales.
Primero, el líder debe monitorear constantemente hasta qué punto los intereses de ambas partes son genuinamente compatibles. Y en segundo lugar, este debe evaluar la medida en que su acción opuesta puede comunicar lo pautado al momento de la verdad.
Lo que un estadista debe evitar, sin embargo, es el ser distraído por la evidencia de dos carriles políticos sobre el otro bando. Este debe recordar que el otro bando sabe que él mismo mantiene una política de dos carriles – y con mucha razón. Esto se debe a que un estadista, mientras trabaja con un adversario hacia un objetivo compartido, debe siempre colocar primero los intereses de su propio país – y este principio aplica a ambas partes.
*Y. Carmon es Presidente de MEMRI.