Hace un año que Lokman Slim fue asesinado en el Líbano. El suyo fue el último de una serie de asesinatos de alto perfil dirigido a políticos, periodistas y oficiales militares en el Líbano que se prolongó durante más de una década. El Líbano ha visto muchísimos asesinatos en los últimos años y es muy probable que siga viendo más. Abrumadoramente, los individuos que son tomados como objetivo para su eliminación han sido todos opositores de Hezbolá.

Lokman fue un amigo muy apreciado y querido. También fue, a mi manera de ver un hombre grandioso y muy valiente (escritor, editor, cineasta, activista) que creía profundamente en la dignidad humana, en la vida, y que representaba lo mejor de lo que con demasiada frecuencia se ha descrito vulgarmente como el ideal libanés. Su muerte fue una gran pérdida no solo para el Líbano sino también para aquellos amantes de la libertad en el Medio Oriente y más allá.

Yo hubiese deseado que su muerte hubiese provocado un verdadero terremoto político en su país natal, provocando un cambio verdadero pero, por supuesto, en la realidad no pasó nada. La crisis económica, el estallido del puerto de Beirut en el mes de agosto, 2020 y (con la notable excepción de la muerte de Rafiq Hariri en el año 2005) otros asesinatos de alto perfil no lograron sacudir el estatus quo de un estado cleptocrático encerrado en una relación simbiótica con un grupo terrorista. El estado del Líbano es el anfitrión, mientras que Hezbolá vendría a ser el parásito, los dos están cada vez más entrelazados. La heroica familia y los amigos de Lokman continúan la buena lucha, al igual que muchos otros libaneses de buena voluntad. Ellos se merecen nuestro apoyo constante y lúcido en todas las formas posibles y por haber, incluso pidiendo justicia y el fin de la impunidad, un fin que solo puede llegar con un Hezbolá desarmado, una contradicción en los términos. Lokman Slim se ha ido, su fuerte visión persiste, a pesar de sus asesinos.

En todo caso, la cleptocracia gobernante del Líbano se ha duplicado en mantener su dominio absoluto sobre el poder. Primeramente, tratando de manipular cualquier tipo de rescate internacional futuro o reestructuración financiera tanto como sea posible a su favor y, segundo, encubriendo y racionalizando el continuo dominio del titiritero que realiza Hezbolá, tal como se ve en la desvergonzada interacción del gobierno libanés con Occidente y con los estados del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).

Pero la muerte de Lokman y las agonizantes tribulaciones del Líbano contrastan fuertemente con un conflicto aún mayor que sobrepasa el Medio Oriente árabe desde hace años, uno que parece estar llegando a una especie de clímax entre dos bandos ambos contendientes. No existen ángeles entre los estados de la región y no me refiero a las quimeras al estilo occidental de democracia versus dictadura o «el pueblo/la calle» versus el régimen. Esto es algo mucho más elemental.

Existe un continuo esfuerzo asesino para reconfigurar países y sociedades en la región hacia una guerra casi permanente y dirigida hacia un conflicto sin fin. La mayor parte de este esfuerzo está siendo impulsado por Irán y sus muchas milicias-agentes en la región, en el Líbano, por supuesto, por Hezbolá. El «eje de la resistencia» es un arma diseñada por la Guardia Revolucionaria de Irán en contra de Israel, pero también contra cualquier estado o subgrupo dentro de un estado, que pueda oponerse a la marea iraní. Este es una herramienta hecha para la hegemonía, para la movilización constante hacia un fin apocalíptico. Irán no está solo. Parte del intento de reordenación violenta de las sociedades y naciones está siendo impulsado por el islamismo y el yihadismo sunita, ya sea que provenga de grupos terroristas verdaderos tales como Al-Qaeda y el EIIS o de extremistas de la Hermandad Musulmana en sus diversas variables regionales. El objetivo aquí es demoler lo que había antes y reconstruir por la fuerza en torno a una ideología militante. El hecho de que estados como el Líbano o Yemen estén sumidos en la pobreza y a sus poblaciones se les vea cada vez más desesperadas puede incluso verse como una ventaja en estos escenarios tan distópicos.

Los estados que son aliados de Occidente y que aparentemente combaten contra el extremismo sunita, países tales como Egipto y Jordania, también enfrentan desafíos internos impulsados ??por las tentadoras narrativas de sus militantes. Uno puede ver fragmentos del discurso político egipcio o jordano (en ambos países muy supervisados ??por sus propios servicios de seguridad) y quedar impresionado por su extremismo e intolerancia.

En total oposición a los sueños iraníes e islamistas de un conflicto desenfrenado, existen algunos estados que buscan defenderse y salvaguardar sus propios intentos de asegurar la modernidad y la prosperidad dentro de sus propias fronteras. Países tales como Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita. Ni ángeles, ni modelos de perfecta virtud más no exitosos. Pero constructores en lugar de destructores, tratando, con sus fallas y sus errores, de quebrar el ciclo tóxico de destrucción y conflicto que conocemos tan bien desde hace tanto tiempo. Un Medio Oriente de vida en contraste con un Medio Oriente de muerte.

La vida y la visión de Lokman fueron rechazo a todo el proyecto de Hezbolá. Las sociedades estables, tolerantes y prósperas en los Emiratos Árabes Unidos y cada vez más, en Arabia Saudita son refutaciones y rechazos visibles del estado final revolucionario previsto por Irán y por los salafistas yihadistas. La existencia de Israel como un estado de mayoría judía con una población árabe significativa que cree y apoyar el sistema, con todos sus defectos, es por su sola presencia, una amenaza existencial para el paradigma de la («resistencia») Muqawama.

Los repetidos ataques contra Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos perpetrados por los houties en Yemen ciertamente están relacionados con la guerra en Yemen y el hecho de que las milicias-agentes de Irán en ese país enfrentan una oposición mucho más dura sobre el terreno. Pero los ataques también son un intento de sabotear los modelos ideológicos y de gobernabilidad que se desvían de las desastrosas decisiones políticas del pasado y que prometen tener éxito, inspirando a otros en otros lugares a pensar que es posible lograr un futuro mejor y diferente. No es ninguna coincidencia que Irán financie y trabaje con milicias y partidos religiosos chiitas, con baasistas y con islamistas sunitas tales como Hamás y el grupo Yihad Islámico palestino. Ellos representan una continuación de lo que ha sido la narrativa dominante durante décadas, una revolución permanente y muerte frecuente, por siempre, hasta que se logre alguna victoria ideológica ilusoria en el camino.

Algunos días pareciera ser que la región está verdaderamente perdida, al menos en términos de una verdadera ruptura con un pasado sangriento. Existe mucho espacio para la desesperación. Ciertamente, Occidente, incluyendo a los Estados Unidos, está agazapado a la defensiva en una región de la que parece que solo queremos desenredarnos. Cuando muere gente buena en el Líbano e Irak o cuando Irán y sus títeres amenazan con destruir ciudades árabes y rascacielos de cristal, aparentemente sin ningún tipo de consecuencias políticas, uno puede desesperarse fácilmente. Pero una respuesta mucho mejor es enojarse y seguir trabajando, ya sea el trabajo de grupos en la sociedad civil tales como la Fundación Lokman Slim o la editorial Dar Al-Jadeed en Beirut o aquellos que ayudan a los indigentes y marginados en el Líbano. Y también puede encontrarse una esperanza verdadera y tangible en el trabajo heroico y hábil de los profesionales en el área de defensa aérea que protegen los cielos sobre Jeda y Abu Dabi. Defender con éxito la propia soberanía, ya sea eliminando los lanzamisiles terroristas o continuar construyendo sociedades fuertes, tolerantes y con visión de futuro, es la mejor respuesta y obviamente es de hecho, la venganza más dulce.

*Alberto M. Fernández es vicepresidente de MEMRI.