Los sucesos en Gaza

La toma de la Franja de Gaza por Hamas fue la culminación de dos procesos separados que comenzaron hace años. El primero es el resurgimiento del Islam como la base primaria de la identidad colectiva e individual en el Medio Oriente. Trataré este tema con detalles más adelante, pero a estas alturas quiero enfatizar que en Gaza, dónde la Hermandad Musulmana se ha implantado profundamente durante muchos años, la islamización ha sido especialmente de largo alcance. No sólo ha incluido el adoctrinamiento islamista en las mezquitas, sino que también ha ocurrido a través de una variedad amplia de servicios sociales – jardines de infancia, clínicas, bienestar a los pobres – todo provisto bajo la estandarte de la caridad islámica.

El segundo proceso fue la decadencia en el poder y el prestigio de la Autoridad Palestina (en lo sucesivo: la AP) y su principal cuerpo constitutivo, Fatah. Este proceso comenzó tan pronto cuanto Arafat estableció la AP en Gaza y en la Ribera Occidental. La OLP, y específicamente Fatah – la organización de Yasser Arafat y el principal cuerpo constitutivo de la OLP – no pudieron hacer la transición desde la fase de «lucha contra el enemigo sionista» a la fase de institución-edificación y gobierno. La corrupción y el liderazgo ineficaz en los territorios de la AP crearon un vació que fue llenado por Hamas. Aunque Hamas, como todos los grupos islamistas, rechaza la democracia como un asunto de principio, este se aprovechó de la oportunidad de participar en las elecciones al parlamento palestino (en enero del 2006) y ganó la mayoría de los escaños. Como consecuencia, Hamas formó un gobierno con Isma’il Haniyeh como primer ministro. Fatah, derrotado en las elecciones, se ha negado a regresar el poder (principalmente – los fondos públicos y el control de las fuerzas armadas) a Hamas. Los saudíes hicieron un esfuerzo por resolver la disputa en ser intermediarios entre los movimientos rivales (el acuerdo de la Meca de febrero pasado) – un acuerdo que obviamente no se ha mantenido.

Los dos bandos difieren grandemente en su percepción de la crisis: Hamas está convencido que Fatah ha estado intentando robarle legítimamente el mandato que ganó en las elecciones, mientras que Fatah siempre ha visto a Hamas como un rival mortal que cuestiona su propia legitimidad. Debería hacerse notar que Hamas se opuso y se opone a los Acuerdos de Oslo, o a cualquier otro tratado de paz con Israel; este está deseoso de considerar sólo el cese de hostilidades temporales. La paradoja es que Hamas tiene la voluntad de participar en la Autoridad Palestina mientras se niega a aceptar la legitimidad de sus bases en los Acuerdos de Oslo. Esto puede explicarse por la esperanza de Hamas de que será capaz, a tiempo, de tomar el control de toda la AP y cambiar su naturaleza.

Los violentos enfrentamientos de los últimos meses resultaron en un colapso total de la Autoridad Palestina en Gaza. Los 40 mil hombres de las fuerzas de seguridad de la Autoridad Palestina fueron derrotados fácilmente por las unidades armadas de cinco mil hombres fuertes del Hamas. Las fuerzas de la Autoridad Palestina se rindieron o desaparecieron. El liderazgo de la Autoridad Palestina perteneciente a Fatah huyó a Ramalla. Aunque el número de muertos de 125 personas, incluyendo a unos 25 civiles no armados, no era muy alto para los estándares del Medio Oriente, la brutalidad de las matanzas, imágenes que fueron transmitidas en los canales de la televisión árabe, crearon una gran conmoción. (Un operador de Fatah, por ejemplo, fue arrojado a su muerte desde el último piso del edificio más alto en Gaza; un funcionario de Fatah llamado Samih Al-Madhun fue asesinado en público después de que ya había sido herido, y su cadáver fue luego mutilado. Otros miembros de Fatah fueron tomados prisioneros y se les disparó en las rodillas, y así sucesivamente).

En respuesta, Abu Mazen disolvió el gobierno encabezado por Isma’il Haniyeh, así como también el parlamento controlado por Hamas, y designo un gabinete de emergencia con Salam Fayad, anteriormente del Banco Mundial, como primer ministro.

La naturaleza de Hamas, su modus operandi, sus tácticas, sus metas estratégicas, y sus alianzas se han vuelto patentemente claras. Debería hacerse notar que antes de estos eventos (e.d., cuando Hamas era formalmente parte de un gobierno de coalición con Fatah), Abu Mazen, prefirió ofuscar la diferencia irreconciliable entre su movimiento político, Fatah, y Hamas – porque esperaba que pudiera hacer funcionar un modus vivendi con ellos. Pero ahora le ha sido dolorosamente aclarado al liderazgo de Fatah que tal arreglo es imposible. Los dos partidos fueron incapaces de compartir el poder porque sus puntos de vista del mundo están diametralmente opuestos. Ésta es una lección que los países árabes vecinos – Egipto, Jordania, y Arabia Saudita – también han aprendido.

Hamas en la Franja de Gaza se posiciona en un bando junto al Hizbullah en el Líbano y con varios grupos de Al-Qaeda que actúan como apoderados de Irán y Siria. Vemos alianzas aquí qué, desde un punto de vista estrictamente religioso, parecería improbable: Hamas, un movimiento sunni fundamentalista, está aliado con el Hizbullah chi’ita, y actuando como apoderado para el Irán chi’ita y para el régimen del Baath sirio, que brutalmente suprime a la Hermandad Musulmana en Siria. Tal como dice el refrán, la política hace extraños compañeros de cama.

El Irán chi’ita, en sus esfuerzos por establecerse así mismo como un poder regional, no le huye a cualquier aliado que puede usar como apoderado para luchar, amenazar, o desestabilizar a sus enemigos y rivales, a saber regímenes que están aliados con su ya jurado enemigo, los Estados Unidos, su rival regional Arabia Saudita y, por supuesto, Israel. Y así vemos a un Irán chi’ita alineado con la Siria secular, con el Hizbullah chi’ita, con los terroristas sunni de Al-Qa’ida y con Hamas.

Es entonces obvio que el Conflicto Fatah-Hamas no es meramente una rivalidad entre dos facciones palestinas. Intentaré clarificar sus implicaciones regionales y las ramificaciones globales mayores.

El contexto más amplio

Islam como factor político

La mayor parte de lo que acabo de decir puede leerse en los diarios de las últimas semanas. Pero para entender en realidad el significado y las implicaciones de estos desarrollos, debemos localizar las líneas regionales de falla más amplias, identificar a los aliados regionales de los dos bandos y lo que ellos representan, y sobre todo, examinar la importancia del Islam como factor político.

El Islam, en principio, es ambos una fe religiosa y una comunidad política. Obviamente, en los tiempos modernos, ésta no es la realidad de vida para la mayoría de los musulmanes, pero desde un punto de vista islamista esto es lo ideal: una nación islámica (umma) gobernada por la ley de Alá. La confluencia del Islam y la política no es sólo una característica de los islamistas. Incluso entre esos regímenes árabes que no son islamistas, la conexión cercana entre el Islam y la política es omnipresente: cada movimiento político tiene su connotación islámica.

Mientras el ideal de la unidad islámica es central a todos los musulmanes creyentes, el Islam es, y ha estado desde su temprana historia, dividido entre dos ramas amargamente antagónicas – sunni y chi’ita. La gran mayoría de los musulmanes en el mundo (unos 90%) son sunnis. En el Medio Oriente, sin embargo, la mayoría sunni no es tan abrumadora Los chi’itas tienen una presencia importante, no sólo en Irán (qué es principalmente chi’ita) sino también en varios países árabes: en el Líbano dónde son probablemente la comunidad más grande; en Arabia Saudita dónde sus verdaderas cifras son mantenidas como secreto de estado; en los estados del Golfo Pérsico; y en Irak, dónde son la mayoría.

Así, la rivalidad entre dos poderes regionales críticos – Irán y Arabia Saudita – tiene una dimensión religiosa distintiva. Este aspecto de la rivalidad fue menos significativo antes de la revolución islámica de 1979 en Irán, porque el Shah no era nada religioso del todo, y porque ambos países estaban en la órbita americana. Pero con la Revolución Islámica, las cosas cambiaron dramáticamente.

La toma de la embajada americana y la toma de rehenes americanos por estudiantes iraníes el 4 de noviembre de 1979 fueron saludadas a lo largo del mundo musulmán como una victoria del Islam sobre los infieles. Estos estudiantes Iraníes – uno de quien se cree haya sido Ahmadinejad – pudieron humillar a la gran superpotencia americana. Ésta fue una confirmación de la creencia islamista que actuando intrépidamente en nombre del Islam, los musulmanes podrían derrotar a los infieles. El hecho de que era una victoria de los chi’itas, un grupo minoritario en el mundo islámico, no disminuía en lo general del sentido de logro entre los musulmanes. En la gran división del mundo en dos bandos – los creyentes e infieles – existía una cercana y universal solidaridad musulmana con el Irán de Khomeini.

Para el régimen saudita, sin embargo, el prestigio ganado por la Revolución Islámica en Irán propuso un problema. A su manera ver, es la Casa de Saud, el Defensor de los Dos Lugares Santos – La Meca y Medina – es decir el guardián justo del verdadero Islam – es decir, el sunni Islam, de acuerdo con la doctrina wahhabi. A su manera de ver, fueron ellos quiénes merecieron liderar el despertar islámico – no el hereje chi’ita Ayatola Khomeini, a quien consideraron no mejor que un infiel. El aura religiosa de la Casa de Saud fue un recurso político en la arena pan-árabe e internacional, e incluso más dentro de su propio reino. Para conservar su estatus religioso, tenían que ganar la lucha por la primacía como los campeones del Islam a lo largo del mundo. Ésta fue una lucha por el corazón y mente de todos los musulmanes.

Por consiguiente, en respuesta al desafío propuesto por la Revolución Iraní, los saudíes tomaron un curso dual de acción: se embarcaron en un jihad contra la invasión soviética de Afganistán en 1979, y lanzaron una operación de largo alcance para la propagación del Islam. Con este fin, invirtieron billones de dólares a través de la caridad islámica para construir mezquitas y seminarios religiosos (madrasas) a lo largo del mundo. Obviamente, estas madrasas y mezquitas eran sitios de acción para la propagación del Islam jihadi. Aunque este proceso no puede ser cuantificado, sus efectos se han vuelto evidentes en las extensas comunidades musulmanas, yendo desde Manchester a San Diego, desde Durban a Copenhague. Uno de los beneficiarios del obsequio saudita fue Hamas, un vástago palestino de la Hermandad Musulmana egipcia, fundada en 1987.

La debacle soviética de 1989 en Afganistán fue una gran victoria para el Islamismo. Una década después de la revolución islámica chi’ita de Khomeini en Irán, el sunni Islam triunfó sobre el poder comunista infiel. Los Estados Unidos creyeron para el momento que habían manipulado eficazmente al Islam en propinar un golpe a los soviéticos. Pero para los islamistas ésta fue sólo una batalla en el drama global que se desplegaría hasta la victoria final del Islam, que incluiría el derrotar severamente a los Estados Unidos.

El punto de quiebre del 11 de Septiembre

La siguiente victoria islámica mayor fue el 11 de Septiembre – un punto de quiebre histórico para el mundo entero, pero incluso más para el Medio Oriente. Este dejó en claro que el Islam es un factor principal en la política de la región en el siglo 21. Esto es algo que los occidentales encuentran difícil de entender en su totalidad – sean ellos israelíes o americanos, gente ordinaria que siguen las noticias o a los expertos del Medio Oriente. Para estar seguros, desde del 11 de Septiembre todos hemos sabido que existe el terrorismo islamista y que fanáticos de la misma están listos para perpetrar cualquier atrocidad por la causa de Alá. No obstante, la noción de que los conceptos religiosos y las luchas religiosas que datan del siglo séptimo constituyen un componente significativo de la política de hoy día – es difícil que esta noción sea aceptada por la gente en Occidente. Aun así es un hecho. Hamas cree de verdad que Alá le dará la victoria sobre la atea Fatah y les ayudará a remover a Israel de la faz de la tierra; y el presidente de Irán, Ahmadinejad, cree de verdad que él ha sido destinado a pavimentar el camino para la llegada del Mahdi, el Mesías islámico que, según Ahmadinejad, llegará en dos años o así.

La desdoblada personalidad saudita

El 11 de Septiembre fue un punto de quiebre para los saudíes en un sentido muy específico: Ellos llegaron a comprender que su campaña de veinte años de resurgimiento islámico se había salido de control y se había les había volteado. Esto se les regreso en una serie de ataques terroristas en la propia Arabia Saudita. Jihad – ese principio fundamental de doctrina wahhabi que los saudíes habían hecho tanto para promover en otros países, ahora se les había volteado en su contra. Los saudíes estaban obligados ahora a reexaminar su propio discurso público y los planes de estudios educacionales, e intentar interpretar su wahhabismo oficial de cierta manera más compatible con su propia supervivencia y con sus alianzas internacionales vitales.

Esta re evaluación es un proceso que todavía continua, y es demasiado temprano para dar un veredicto final sobre esta. En el frente en casa, los saudíes están seria y cruelmente combatiendo el terrorismo islamista doméstico. Ellos también se han puesto del lado de Abu-Mazen contra Hamas en Gaza. Sin embargo, al mismo tiempo, apoyan a los terroristas sunnis que atacan a los chi’itas en Irak. La misma paradoja es evidente por el hecho que los miembros de la familia real saudita financian a los principales medios de comunicación electrónicos liberales, pero estos medios de comunicación están bloqueados en la propia Arabia Saudita. Y así sucesivamente.

La complejidad de la situación es ilustrada de una manera llamativa por el caso de Qatar. La lucha por el alma saudita es sintomática a la lucha por el alma del Medio Oriente como un todo – una lucha que ha estado preparándose durante décadas, pero ha pasado al frente desde el 11 de Septiembre. Esta lucha socava los movimientos islamistas en alianza con Irán y Siria contra los gobiernos que, mientras no sean verdaderamente seculares o democráticos, tienen el mérito de ser menos fanáticos y más abiertos hacia Occidente. Los escenarios para estas batallas son muchos y variados – incluyendo el Líbano, Gaza, Irak y en otras partes – pero el conflicto aquí resaltado sigue siendo el mismo.

Tal como ustedes notan, yo evito cuidadosamente caracterizar a los dos bandos, como «los buenos» contra «los malos», porque todo lo que uno puede decir honestamente es que en un lado están los fanáticos y en el otro hay aquéllos que son menos fanáticos y más abiertos hacia Occidente. Donde ellos representan un mal menor.

La complejidad de la situación es ilustrada de una manera sorprendente por el caso de Qatar. Este pequeño Emirato del Golfo, con aproximadamente un millón de ciudadanos, hospeda la base más grande del ejército americano en la región, y mantiene relaciones económicas e incluso relaciones diplomáticas de menor nivel con Israel. Al mismo tiempo, el Emir de Qatar fundó y continúa controlando a Al-Jazeera, la estación de televisión árabe más influyente cuya cobertura es claramente parcial a favor del eje islamista Al-Qa’ida, Hamas, Hizbullah, la Hermandad Musulmana e Irán.

Esta parcialidad, que parece desmentir la imagen de Qatar como un aliado americano, es usualmente explicada por el deseo de Al-Jazeera de lograr y mantener una alta sintonía alcahueteándole a la proverbial «calle árabe». Esto es cierto, y muy revelador en sí, pero es sólo una explicación parcial. La explicación completa es que esta parcialización de Al-Jazeera refleja la verdad paradójica de que Qatar, aliado a América aunque lo es, persigue una política patentemente pro-Hizbullah, pro-Siria, pro-Irán y pro-Hamas en sus relaciones internacionales. Por ejemplo, fue la oposición de Qatar que frustró la propuesta del Concejo de Seguridad patrocinada por los Estados Unidos para expresar apoyo por el gobierno de emergencia de Abu Mazen y condenar la violencia de Hamas. Qatar también intentó – pero fracasó – para frustrar la resolución del Concejo de Seguridad que requiere el establecimiento de una corte internacional por el asesinato del primer ministro libanés Al-Hariri. En ambos de estos casos, Qatar estaba en el bando que se opone a los Estados Unidos, y en el mismo bando que Rusia.

El contexto global

Con esto llego al contexto global (y al final de mi presentación): Rusia, buscando reestablecerse a si misma como un actor principal en el Medio Oriente, ha adoptado una postura de apoyo a Irán y a todo el eje islamista. Ésa es la razón detrás del bizarro acuerdo internacional entre Rusia y Qatar.

Los Estados Unidos, cualquier cosa que uno pueda pensar de sus políticas específicas, está claramente en lo correcto sobre este asunto: este esta apoyado por las fuerzas que representan el mal menor – este apoya a las fuerzas menos fanáticas contra la marea del milenarismo islamista.

* Menahem Milson es profesor emeritus de Literatura Árabe en la Universidad Hebrea de Jerusalén y presidente del Instituto de Investigación de Medios de Comunicación del Medio Oriente (MEMRI).

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