En un artículo publicado el 2 de noviembre en el diario kuwaití editado en inglés Arab Times, el editor del diario Ahmed Al-Jarallah, afirma que los problemas del Líbano no se derivan por la presencia de 19 sectas diferentes, cada una con sus propias leyes y autoridades religiosas. Más bien, se derivan del hecho de que una sola facción, Hezbolá, se ha apoderado del país con un objetivo final de establecer la República Islámica del Líbano, siguiendo el modelo de la República Islámica de Irán. Ante este fin, dice Al-Jarallah, Hezbolá ha convertido al Líbano en un foco de terrorismo, tráfico de drogas y de sabotajes. Este concluye que, ante tal situación, los estados árabes deben formar una fuerza internacional con el propósito de rescatar al Líbano de este partido terrorista; de lo contrario, este país seguirá siendo una amenaza para la seguridad a la totalidad del mundo árabe.

Ahmed Al-Jarallah (Fuente: diario Arab Times, Kuwait)
Ahmed Al-Jarallah (Fuente: diario Arab Times, Kuwait)

Lo siguiente es su artículo.[1]

«El desafío en el Líbano no es la presencia de 19 sectas, cada una con una ley de estatus personal y referencia religiosa. Más bien, el mayor desafío que presenta el Líbano radica en el monopolio de una facción política sobre una secta y su búsqueda en utilizar esto para dominar a un país sumamente sensible con frágiles equilibrios sectarios y políticos.

«Este tipo de dinámica se convierte rápidamente en una militarización de sectas vinculadas a referencias religiosas externas y que poseen relaciones con países que están en constante lucha, lo que conlleva a la transferencia de los problemas de esos países hacia el interior del Líbano agravando y haciendo mucho más complejo el conflicto».

«En 1975, cuando los equilibrios fueron perturbados, se suponía que la solución vendría desde las entrañas del sistema democrático, pero tal cosa no sucedió. Los libaneses no se beneficiaron de la experiencia del año 1958 y del ensayo que tuvieron de la guerra civil cuando el ‘político maronita ‘trató de alinearse a sí mismo con el pacto de Bagdad, contrariamente al deseo de otras fuerzas políticas. En la década de los años 60, los ‘políticos sunitas’ también intentaron alinearse con los llamados panarabistas de Jamal Abdul-Nasser de Egipto y ese fue el comienzo de las escaramuzas de seguridad que terminaron en una guerra civil.

«En ese momento, los países árabes no se quedaron de brazos cruzados, temiendo que el chispazo de la guerra los alcanzaría tarde o temprano y por lo tanto que una intervención militar era totalmente necesaria. Esta fue la conclusión a la que llegó la cumbre de Riad en el año 1976 que envió a las «fuerzas árabes de disuasión», en su mayoría pertenecientes al ejército sirio, injertadas con formaciones árabes simbólicas.

«Es muy cierto que esta intervención condujo a una tregua durante unos dos años, pero en el año 1979 surgió un acontecimiento realmente importante, siendo este el éxito de la revolución de Jomeini. El régimen de los mulá deseaba convertirlo en un proyecto expansionista y Teherán encontró a un Líbano totalmente agotado por su infinidad de conflictos, lo que lo llevó a formar un grupo armado chiita, fue entonces cuando los ‘políticos chiitas’ entraron en la ecuación y en los partidos que se repartían el poder y avanzaron junto al resto basados en su fuerza numérica.

«En este punto, puede que sea útil referirnos a las palabras del pensador árabe libanés Manah Al-Solh, siendo este el resultado de una lectura realista del Líbano, tal como este dijo, «No es importante que existan 19 sectas, sino que el verdadero peligro reside en la dominación que pueda ejercer una de estas sobre el resto”.

«Esta hegemonía surgió con el uso de las armas de Hezbolá y la retirada israelí del sur del Líbano en el año 2000, con el fin de controlar al estado e implementar su proyecto estratégico de establecer la República Islámica del Líbano modelada a imagen de la República Islámica de Irán, siendo este el objetivo principal anunciado en 1982 en su declaración política.

«No hay lugar a dudas de que los eventos que el Líbano presenció en los últimos quince años, es decir, luego del asesinato del mártir Rafik Hariri y sus compañeros, fueron preludio natural en ponerle manos al país, ya sea amenazando a los libaneses con sus armas, o intimidar a los políticos con amenazas de asesinato. Esto sucedió en ausencia de una decisión política importante que le permitiese al ejército libanés enfrentarse a tal situación y la ausencia de algún ente político regional tal como Damasco, cuando tuvo ventaja en restaurar el equilibrio interno del Líbano, con la bendición árabe.

«Desafortunadamente, la alegría de los libaneses luego de la retirada del ejército sirio del Líbano en el año 2005 fue muy efímera. Hezbolá y el arrogante régimen del trono de oro persa rápidamente llenaron el vacío de seguridad e hicieron del Líbano una plataforma terrorista que frustra a los países árabes y al que se exportan complots de sabotaje, drogas y llamados al chiismo.

Este hecho obliga a los árabes preocupados por los temas libaneses a dirigir la formación de una fuerza árabe-internacional capaz de eliminar a esta banda títere sectaria que no se retirará de su idea de crear un plan expansionista a menos que sufra una gran derrota, y que este partido terrorista sea desmantelado. De lo contrario, el Líbano seguirá siendo fuente de preocupación política y de seguridad para el mundo árabe».


[1] Diario Arab Times (Kuwait), 2 de noviembre, 2021. El texto ha sido ligeramente editado para mayor claridad y comprensión.