Uno de los principales desafíos de la así llamada Guerra Global contra el Terrorismo después del 11 de septiembre, 2001 fue que, si bien los grupos terroristas que nos atacaron ese día eran bastante pequeños, estos se impusieron por sí mismos y trataron de adherir afanosamente su identidad ante una población mundial religiosa que consta de un billón de personas. Todos los combatientes de Al-Qaeda (y luego terroristas del EIIS) eran musulmanes, pero estadísticamente hablando, muy pocos musulmanes eran considerados de Al-Qaeda o del EIIS. Todo esto significó que los gobiernos que combatían contra los terroristas siempre tenían que sopesar el cómo sus acciones podía de hecho diferenciar entre musulmanes y terroristas. Los propios terroristas participarían en este juego mortal, tratando de propagar cualquier tipo de acción o política que estuviese implementándose, no solo contra ellos, sino contra el islam y los musulmanes en conjunto. Esa fue la lógica expuesta tras los torpes términos artísticos como «Contrarrestar el extremismo violento» (CEV) y utilizar el término «Daesh» en lugar de decir «Estado Islámico» (con el fin de evitar utilizar la palabra islam).

Por lo tanto, el desafío dado a Occidente y sus socios en el mundo musulmán era definir el círculo lo suficientemente amplio como para poder abordar la amenaza, pero lo suficientemente escueto como para que el atractivo de los extremistas no pudiese saltarse hacia la corriente principal, en este caso, a una población potencialmente anfitriona. Toda esta situación fue una tarea bastante difícil y aquellos practicantes de la lucha contra el terrorismo, a mi manera de ver, nunca lo hicieron bien, porque esta tarea fue y sigue siendo muy difícil. ¿Es el enemigo salafista o es salafista-yihadista? ¿Son las opiniones «extremistas» peligrosas (definidas exactamente por quién?) o ¿acciones extremas – violentas? ¿Cuál fue la diferencia entre un combatiente tribal yemení, con sus puntos de vista conservadores y valores marciales y un combatiente de Al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA)? Vistos desde un drone Predator, ambos se veían muy similares.

Ésta es la razón por la que grandes éxitos, tal como estos fueron, de esta guerra ficticia fueron en gran parte en el campo de lo visual: asesinar al enemigo, arrestarlo y hacer que grupos milicias-estado locales los combatan. Con mucha suerte, tales éxitos en el campo de batalla le negarían al adversario sus tan necesarios refugios seguros y dañarían el atractivo ideológico de los grupos – el brillo de la victoria en el nombre de Dios que perfeccionó su propaganda. Los factores motivadores y las condiciones que alimentaron el surgimiento de estos grupos se encuentran en gran parte intactos (el desempleo en el área juvenil en los países árabes, por ejemplo, fue y está entre los más altos del mundo) y su marco ideológico: esa muy moderna escogencia del islam fundamental tal como lo interpretan los pensadores radicales más importantes, siendo este el salafismo – estuvo más allá de nuestro poder de cambio. Pero la preocupación de que las causas fundamentales, la motivación y el uso del lenguaje fuesen importantes fue, creo yo, la correcta.

Si bien no me arrepiento en lo absoluto por mis años de trabajo en este campo dentro del Departamento de Estado y comprendo muy bien las continuas amenazas que presenta el terrorismo salafista-yihadista, ataviado de EIIS y de Al-Qaeda, esos años también me concedieron un saludable escepticismo al papel y la capacidad de los gobiernos, especialmente los gobiernos en Occidente, para abordar así el desafío, más allá del uso de una fuerza contundente provista por las fuerzas armadas, los servicios de inteligencia y las agencias que hacen cumplir las leyes. Por supuesto, existen muchas cosas que los gobiernos pueden hacer para empeorar estos problemas.

Es por ello que, a raíz del primer aniversario del motín ocurrido el día 6 de enero, 2021 en el Capitolio de los Estados Unidos, yo alternamente continué algo desconcertado y horrorizado por el discurso en torno a este evento. El diario El Times de Nueva York, un periódico histórico de la élite estadounidense, editorializó de que «todos los días ahora son considerados 6 de enero».[`] Basándose en la cobertura de los medios de comunicación y la retórica de muchos políticos, la tentación parece ser lanzar la red lo más lejos posible en lugar de achicarla.[2] Existen llamados a nuevas leyes y a mayores poderes (mayores que los poderes ya expansivos que ya posee la seguridad nacional del estado). Algunos combinan el peligro de las milicias anti-gobierno y los alborotadores con los «teóricos de la conspiración» y los «activistas anti-vacunas» y advirtieron que estos extremistas ahora se enfocaran, muy ciertamente, en «las elecciones locales y en el activismo comunitario».[3]

El gobierno posee «un conjunto limitado de herramientas para perseguir a los extremistas nacionales». Bien, digo yo. Que trabajen dentro de los parámetros de tales herramientas no tan limitadas que ya tenemos para castigar con todo el peso de la ley a los malhechores. Las propias investigaciones de MEMRI sobre el tema del terrorismo nacional documenta ampliamente que existe una amenaza terrorista domestica muy real en toda esta situación.[4] Pero existe una línea muy frágil y absolutamente esencial entre combatir una amenaza muy real aplicando las leyes y promocionarla imprudentemente dentro de las esferas públicas.

Más allá de los disparates del conflicto terrorista global, el frente doméstico se presenta a sí mismo como un peligro evidente no siendo tan visible en el escenario internacional. En este punto me refiero a la fusión del contra-terrorismo con lo convenientemente político partidista. La tentación es comprensible y muy obvia: los alborotadores del Capitolio estadounidense eran partidarios del presidente Trump enfurecidos por la victoria de su oponente. Pero es de hecho una tentación muy peligrosa combinar una respuesta ante una violencia real demasiado cercana al oportunismo político. Por lo tanto, una campaña contra los alborotadores violentos (que aún no han sido acusados ??de «insurrección» o de «terroristas domésticos») y sus facilitadores necesitan verse enfocados y ser disciplinados.[5] El Comité 6 de enero de la Cámara de Representantes ha tenido un aspecto muy partidista, en donde los representantes del partido minoritario fueron rechazados por la mayoría.[6] En general, demasiados medios frenéticos en un constante tumulto y demasiada retórica incendiaria por parte de todos los involucrados, un ejemplo vívido de la confluencia volátil de un tema contencioso y legítimo junto a una política partidista.

Irónicamente, el fiscal general de la administración Biden Merrick Garland, ha sido duramente criticado – por sus compañeros demócratas – debido a que es demasiado cuidadoso y cauteloso al procesar los casos que surgieron de los disturbios que sucedieron el día 6 de enero.[7] Esta crítica parece ser exactamente al revés. Lo que se necesita es precisamente aplicar fría y profesionalmente la ley y el orden, lo más divorciada posible de la ya recalcitrada retorica política.[8]

Vivimos tiempos extraordinarios. En estos últimos cortos años, hemos visto lo siguiente:

  • Una campaña de desinformación tremendamente exitosa por parte de un partido político contra un candidato presidencial rival en el 2016 que fue adoptada y organizada durante años por el estado de seguridad nacional del gobierno junto a los principales medios de comunicación.[9]
  • Una pandemia mundial en el año 2020 que le ha causado un daño inmenso a la sociedad mientras fortalece aún más el dominio político y económico de las ya arraigadas élites, junto a la expansión de un poder sin precedentes por parte de los oligarcas de las así llamadas Big Tech (empresas de tecnología).[10]
  • También en el año 2020, los peores disturbios urbanos jamás vistos en los Estados Unidos en décadas, que también fueron los disturbios más costosos en la historia de los Estados Unidos, acompañados de una profunda conmoción ante los fundamentos intelectuales, sociales, culturales y políticos de la nación.
  • Un horrible motín que invadió los pasillos del poder constitucional en el año 2021 durante el proceso de confirmación ante la elección de un nuevo presidente, que sacudió profundamente el orden constitucional y provocó una conmoción política en el sistema que repercutió alrededor del mundo.[11]

Tales épocas requieren de una disciplina verdadera, adherencia al estado de derecho y prudencia en época de invernadero digna de mención debido a sus excesos, exageración y desinformación. Esta polarización proviene desde todas direcciones, amplificada por un entorno de las redes sociales que dependen de una indignación perpetua. Encapricharse de una exageración ideológica arrolladora en tiempos tan incendiarios es profundamente satisfactorio para algunos, irresistible para la clase más parlanchina en la aplicación Zoom, pero también profundamente auto-indulgente. Comparar el 6 de enero con el 11-S y al 7 de diciembre del año 1941 puede parecer una gran retórica de campaña.[12] Pero el primero de estos condujo a Guantánamo y el segundo a campos de confinamiento para ciudadanos estadounidenses. Este es precisamente el tipo de retórica que hay que evitar en un entorno ya suficientemente volátil.

Si de hecho el 6 de enero es similar a esos dos violentos eventos que sacudieron el mundo y que cobraron miles de vidas comenzando, entonces cualquier contramedida extrema puede ser discutida. Si fue lo suficientemente terrible pero algo menor que esta retórica exagerada, si existen otros factores importantes en juego, entonces pareciera más indicado definirlo como un enfoque más sobrio, metódico y menos grandilocuente (la retórica grandilocuente es bipartidista en Estados Unidos hoy día). Menos posturas y menos ciclos de retroalimentación constante de indignación mutua serían de gran alivio para todos los estadounidenses.

Alberto M. Fernández es vicepresidente de MEMRI. Este se desempeñó como coordinador en el Centro de Comunicaciones Estratégicas Contraterrorismo en el Departamento de Estado de los Estados Unidos desde los años 2012 al 2015.


[1] Nytimes.com/2022/01/01/opinion/january-6-attack-committee.html, 1 de enero, 2022.

[2] Washingtonpost.com/opinions/2021/11/22/republicans-are-fomenting-violent-extremism-are-also-hostage-extremists, 22 de noviembre, 2021.

[3] Thenationalnews.com/world/us-news/2022/01/05/homegrown-extremism-solidified-in-us-in-wake-of-january-6-capitol-attack, 5 de enero, 2022.

[4] Memri.org/dttm

[5] Politico.com/news/2022/01/04/doj-domestic-terrorism-sentences-jan-6-526407, 4 de enero, 2022.

[6] Washingtonpost.com/politics/2022/01/04/january-6-committee-explainer, 4 de enero, 2022.

[7] Newsweek.com/step-step-out-dem-lawmaker-demands-merrick-garland-prosecute-trumpers-jan-6-1644745, 1 de noviembre, 2021.

8 Brookings.edu/blog/order-from-chaos/2022/01/05/assessing-the-right-wing-terror-threat-in-the-united-states-a-year-after-the-january -6-insurrección, 5 de enero, 2022.

9 Economist.com/united-states/john-durhams-indictments-reflect-poorly-on-the-american-media/21806220, 13 de noviembre, 2021.

[10] Europeanconservative.com/articles/commentary/escaping-the-triangle-rene-girard-and-the-professional-managerial-class, 6 de enero, 2022.

[11] Theamericanconservative.com/articles/things-worth-getting-mad-about, 5 de enero, 2022.

[12] Msn.com/en-us/news/politics/biden-pledges-to-defend-democracy-on-jan-6-anniversary/ar-AASvbNL?ocid=uxbndlbing, 6 de enero, 2022.