En los próximos días, la cruel guerra entre Rusia y Ucrania entrará en su segundo año. La brutal invasión rusa de Ucrania a comienzos del 2022 ha desencadenado una serie de consecuencias globales que aún no se comprenden en su totalidad.[1] A pesar del intenso escrutinio y las especulaciones, nadie sabe realmente cómo resultará.[2] Uno espera y reza para que esta no conduzca a un intercambio nuclear, pero ni siquiera se puede descartar esa terrible eventualidad. Tanto Rusia como Ucrania supuestamente están preparando nuevos ejércitos destinados a asestar algún golpe de gracia, ambos colocan sus esperanza en nuevas armas, ambos buscan desesperadamente más hombres, ambos han liberado a los convictos para que combatan y uno puede encontrar videos sobre reclutamientos forzosos en ambos bandos. Abundan las atrocidades. Ambos bandos buscan aliados y fuentes de apoyo en todo el mundo, por marginales que estos sean.
Y aparte de los dos beligerantes, otras potencias están muy involucradas en el conflicto. La guerra ha acercado a Rusia a China e Irán aún más de lo que ya este estaba (estas estrechas relaciones ya se encontraban allí antes de la guerra). Mientras tanto, la OTAN y especialmente los Estados Unidos, al menos las élites gobernantes, han asumido la causa de Ucrania con una pasión que no se veía desde los días posteriores al 11-S. Naturalmente, a Ucrania también le interesa involucrar a la OTAN con más fuerza en el conflicto, sin límites ni líneas rojas y la inercia en esa dirección parece ir lenta pero inexorable. Es difícil creer que fue hace solo 7 años que se describió a un presidente estadounidense, Barack Obama, que creía que «Ucrania es del interés central de Rusia, pero no de los Estados Unidos, por lo que Rusia siempre podrá mantener un dominio progresivo allí».[3] Nadie en la administración Biden parece creer esto, al menos públicamente.
Mis propios intereses en este conflicto se limitan más estrechamente a los temas de propaganda e ideología, temas que he estudiado y trabajado en el gobierno y fuera de este durante muchos años. La atención se centra menos en lo moral, quién es justo o injusto, o quién ganará, sino más bien en la guerra de narrativas y creencias, incluso tal como se expresa más allá de las fronteras de los dos más antagonistas inmediatos.
Como desvalido y víctima de una invasión rusa, Ucrania se ha beneficiado naturalmente de una considerable simpatía mundial, particularmente en Occidente. La propaganda ucraniana ha sido implacable y bastante exitosa, pero al igual que los mensajes occidentales sobre el conflicto, se trata menos de la calidad verdadera de los mensajes que de empujar contra una puerta abierta, los rusos ya eran considerados grandes villanos en Occidente incluso antes de que invadieran. La propaganda de guerra es mucho más fácil cuando ocurre entre poblaciones ya condicionadas (a veces por muy buenas razones) para creerla. Ante audiencias simpatizantes, las pérdidas rusas son exageradas y las pérdidas ucranianas son minimizadas, historias que parecen casi demasiado buenas para ser verdad, por lo general lo son.[4] En Occidente, Ucrania se convirtió en algo más que una guerra terrible o una tragedia, se convirtió en «lo último en boga».
Los mensajes estadounidenses y pro-Ucrania han tenido algo menos de éxito en regiones tales como América Latina, el Medio Oriente, África y partes de Asia. Las razones parecen muy obvias. En todas esas regiones, hay una disposición incorporada en algunos sectores en contra de los mensajes occidentales porque de hecho hay muchos, tanto históricos como recientes, de lo que se consideran ejemplos de imperialismo, invasión y hegemonía occidentales. Así como tampoco se necesita mucho para convencer a un polaco sobre las malas intenciones rusas, no se necesita mucho para que un árabe se muestre escéptico sobre cualquier cosa que los estadounidenses estén promoviendo en lo que respecta al tema de la guerra, invasión y derecho internacional.
Los mensajes estadounidenses a favor de Ucrania parecen ser más exitosos cuando se apegan a temas básicos (Rusia atacó a Ucrania y busca anexar su territorio a través de una frontera reconocida internacionalmente) en lugar de entonaciones piadosas sobre el orden democrático liberal o los derechos humanos o cualquier entusiasmo de moda que esté arrasando el Corredor Acela y a los eurócratas en Bruselas.[5] Estos últimos resuenan en esa parte del mundo ya dominada por Estados Unidos y sus aliados más cercanos pero no en todas partes. Etiquetar sobriamente las fuentes verdaderas controladas por Rusia o inclinadas como tales, sin exagerar, funciona mejor que una hiperventilación moral.
En cuanto a la propaganda rusa, ese ogro tan ya citado por las élites estadounidenses, se ha demostrado que su eficacia es tan sobrevalorada como la del ejército ruso en el campo de batalla. De hecho, observando la última década, nunca se había gastado tanto (en los esfuerzos occidentales tanto en la esfera pública como en la privada) en tan poco. Los éxitos de la propaganda de Rusia se deben principalmente al complicado pasado del propio Occidente mencionado anteriormente en ciertas regiones del mundo o debido a las heridas auto-infligidas por los propagandistas occidentales.
Cuando un funcionario estadounidense afirmó que los misiles ucranianos fracasaron en Polonia eran en realidad rusos o cuando la destrucción del oleoducto Nord Stream de Rusia se da por hecho de que realmente fue obra del Kremlin, es la credibilidad occidental la que se ve «devaluada» por el propio Occidente.[6]
El mayor éxito propagandístico de Moscú en los últimos años no fue realizado por Moscú en lo absoluto, sino por el estado de seguridad nacional estadounidense y luego por la opinión de la élite, supuestamente al tratar de contrarrestar a los rusos. La cura ha sido más mortal que la enfermedad y es Occidente, a través de su uso excesivo y el mal uso, el que ha perjudicado fatalmente el término «desinformación». Primero en la campaña contra la legitimidad de los resultados en las elecciones del año 2016 y a lo largo de la presidencia de Donald Trump, luego en el aumento de la desquiciada defensa del «wokismo» contra la sociedad, historia y las instituciones estadounidenses, luego en la campaña de la comunidad de inteligencia contra la supuesta desinformación rusa sobre Las redes sociales estadounidenses en las elecciones del año 2020, son los Estados Unidos el que, de alguna manera no soñada por la Agencia de investigación rusa en Internet, ha emprendido una campaña devastadora contra sí mismo. El descrédito de las instituciones, los niveles de polarización y caos alcanzados, eclipsan todo lo que Moscú haya hecho alguna vez. Tampoco sorprende entonces que Rusia, China o Irán reflejen y amplifiquen narrativas y metáforas – de izquierda y derecha – que se originaron a nivel nacional por estadounidenses que los utilizaron en contra de los Estados Unidos. El daño interno de nuestra propia agitación y de nuestra respuesta torpe a la propaganda del Kremlin probablemente tendrá más consecuencias a largo plazo para el destino de Estados Unidos que cualquier cosa que le suceda a Rusia dentro del campo de batalla.
En cuanto a las dimensiones ideológicas de la guerra ruso-ucraniana, tanto el agresor como el defensor se basan en gran medida en fuentes más antiguas de movilización ideológica y de legitimidad. Cualquier cosa más todo vale cuando hacemos propaganda, pero esta es una guerra acerca de la sangre y suelo, en ambos bandos. El nacionalismo, historia, religión, sacrificio, banderas, los íconos y las estatuas, todos están enlistados dentro de una causa sagrada.[7] Independientemente del discurso occidental sobre los fascistas rusos y el discurso ruso sobre los neonazis ucranianos, ambos bandos lucen decididamente marciales y nacionalistas en formas que parecen ponerlos en desacuerdo con el espíritu de la época occidental. Esta realidad tendrá consecuencias para ambos bandos después de la guerra, gane quien gane. Y si bien la voluntad de los valientes ucranianos de luchar y morir ha sido una de las grandes sorpresas de la guerra, es difícil creer que los ejércitos occidentales lo harían mejor que los ucranianos o los rusos en la lucha contra el tipo de guerra agotadora que han luchado, en el cerco a Mariupol o en las trincheras de Bakhmut. Ambas partes parecen igualmente cansadas e igualmente comprometidas, ambas aguantan y cualquiera de las dos pudiera colapsar ante tanta presión. Ambas partes advierten sobre una futura escalada.[8]
Los ejércitos occidentales, especialmente los europeos, pero incluso los estadounidenses más experimentados, están diseñados para no sufrir tantas bajas ni combatir en lugares tan cerrados durante tanto tiempo porque la falta de motivación ideológica y los rigores de la democracia electoral los hacen insostenibles. Los avances tecnológicos occidentales pretenden hacer innecesarios tales sacrificios. Occidente está haciendo en la guerra de Ucrania lo que parece condicionado a hacer mejor en estos días: enviar dinero junto al envío de armas.
Combatir por la gloria de Ucrania o por el país madre Rusia, por la supervivencia, incluso luchar por dinero y por la sed de sangre, son motivos más crudos, más básicos y más fuertes que luchar por el tan cacareado «orden internacional basado en reglamentos».[9] Están esas personas – que en su mayoría no son occidentales – todavía dispuestos a luchar de esta manera existencial, tal como hemos presenciado en las acciones insurgentes en Irak y Afganistán y que vemos en Ucrania y allí los que no lo están. Las formas ancestrales que se ven en ambos bandos en esta guerra aterrorizan porque apuntan a mentalidades y valores que Occidente pensó habían desaparecido, o que deberían desaparecer, pero que siguen estando vívidamente presentes y son importantes.
*Alberto M. Fernández es vicepresidente de MEMRI.
[1] Véase la serie de MEMRI Informe Diario No. 395 – Guerras de múltiples errores de cálculo, 27 de junio, 2022.
[2] Véase la serie de MEMRI Informe Diario No. 451 – Perspectivas de la guerra de Rusia en Ucrania para el 2023, 24 de enero, 2023.
[3] Theatlantic.com/magazine/archive/2016/04/the-obama-doctrine/471525/#3, abril, 2016.
[4] Véase la serie de MEMRI Informe Diario No. 374 – Las últimas guerras propagandísticas, 14 de abril, 2022.
[5] Véase la serie de MEMRI Informe Diario No. 375 – Esa vida ‘liberal, post-moderna’, 19 de abril, 2022.
[6] Dw.com/en/the-propaganda-war-for-ukraine/a-64282924, 6 de febrero, 2023.
[7] Grid.news/story/global/2023/01/26/russian-propaganda-responds-to-german-tank-deployment-to-ukraine-nazis-swastikas-and-talk-of-world-war-iii, 6 de enero, 2023.
[8] Véase la serie de MEMRI Despacho Especial No. 10476 – Columnista sénior ruso Rostovsky: El nombramiento de Budanov como ministro de Defensa de Ucrania presagia una mayor escalada por parte de Ucrania, 9 de febrero, 2023.
[9] Editorials.voa.gov/a/6472165.html, 6 de marzo, 2022.