Pasé gran parte de mi carrera diplomática en lo que se denomina Diplomacia Pública, labor que involucra las funciones culturales y mediáticas de las embajadas estadounidenses y el Departamento de Estado. En 32 años y 10 asignaciones en el extranjero vi todo tipo de eventos mediáticos muy peculiares bajo todo tipo de regímenes. Pero no recuerdo haber visto algo tan extraño como lo que dictaminó un juez libanés Muhammad Mazih, el 27 de junio: el juez prohibió a todos los medios de comunicación libaneses entrevistar a la embajadora de los Estados Unidos en el Líbano Dorothy C. Shea. Esto sucedió por una reacción al rechazo de la Embajadora ante los comentarios del líder terrorista libanés Hassan Nasrallah que culpa a los Estados Unidos por el colapso económico del Líbano. Dejando de lado los aspectos prácticos de tal decisión, esta es de hecho muy extraña, ya que el Líbano supuestamente busca la ayuda del Fondo Monetario Internacional dominado hoy por los Estados Unidos y ha recibido cientos de millones de dólares de los contribuyentes estadounidenses. Un apenado gobierno libanés se disculpó con la embajada estadounidense y afirmó que el fallo judicial puede ser ignorado de manera segura.
Pero, por supuesto, esta torpe decisión tiene mucho sentido si se ve a través del lente de las acciones iraníes y de Hezbolá a lo largo de los años en la región. Un aspecto de este tipo de subversión yace en el campo de los medios de comunicación y en los medios independientes y el espacio político opositor en el Líbano se está reduciendo rápidamente como resultado de las ya deliberadas acciones de las autoridades libanesas. A medida que a los ciudadanos libaneses se les ve más hambrientos, más pobres y más insatisfechos (hablamos de un 25% en extrema pobreza y un 50% que va en aumento), el imperativo de controlar el discurso crítico o independiente solo se incrementa.
La relación de Hezbolá (y sus aliados) con el Líbano se asemeja cada vez más al fenómeno natural del Strangler Fig (una planta enredadera) oriunda de Florida (ficus aurea), una vid tropical que se enreda alrededor de un árbol, lo apoya y sostiene y luego lo suplanta lentamente; Incluso después de que el huésped perece, el parásito aún sobrevive.
A pesar de las falsas promesas de Hezbolá y sus satélites políticos sobre un posible e inesperada pacto con China, es poco probable que las cosas cambien para mejor en un futuro cercano en el Líbano. Las recientes acrobacias propagandísticas del grupo terrorista han tratado de distraer la crisis inmediata y ofrecer falsas esperanzas, enfocándose en las fantásticas «opciones en Oriente» por un apoyo financiero, amenazas de guerra con Israel y jugarse la carta sectaria. En sus intentos de desviación, a Hezbolá se le han unido sus socios en crimen pertenecientes a la élite gobernante del Líbano. Parece ser que los extranjeros muestran más compasión y empatía por el sufrimiento del pueblo libanes que por los actuales gobernantes del país.
Pero, ¿cómo terminará esta crisis? Uno supondría que una profunda reforma económica, incluyendo elementos tales como la reforma del sector público, fiscal y bancario, en la línea descrita por expertos tales como Henri Chaoul, hubiese sido una prioridad. Pero no existe ningún interés y aparentemente muy poca urgencia entre las élites gobernantes respecto a la transparencia, responsabilidad y la rendición de cuentas necesarias para superar la «terrible resaca de 30 años que ocurrió en el Líbano».
Al parecer, otra solución lógica para tal dilema no se encuentra al alcance del pueblo libanés. En un estado con elecciones libres y alternativas políticas, aquellos en el poder, que han manejado mal la situación durante años, serían reemplazados por aquellos que están fuera del poder. Eso no va a suceder fácilmente. Si bien el animado movimiento de protesta del Líbano es una señal de esperanza, este no posee el asfixiante control sobre las instituciones en poder de las élites, ni la fuerza mortal de Hezbolá. Es difícil concebir la manera en que este puede hacerse cargo. Los que están en el poder pueden esperar cualquier presión por una reforma se disipará una vez que el Aeropuerto Internacional de Beirut sea abierto y que la mayoría de los disidentes puedan ser exportados.
A pesar de la tragedia humana en desarrollo que vemos representada gráficamente en los medios de comunicación, el Líbano todavía «trabaja» para aquellos que cuentan: para las élites, aun queda por exprimirles cualquiera de los recursos que aún pueden extraérseles en servicio de un amiguismo inflado y para Hezbolá es una plataforma, un refugio seguro y una plataforma de lanzamiento regional. Hezbolá no creó la crisis actual, pero su mandato estilo camisa de fuerza no puede permitir que el sistema emprenda la dolorosa corrección en curso que se necesita ahora con tanta urgencia.
La reforma económica debería haber sido, relativamente mucho más fácil que la reforma política. El camino obvio y preferido a la reforma política y económica pacífica parece muy poco probable. ¿Qué sucede con otros caminos más riesgosos, tales como la partición o el gobierno militar, o un colapso en la anarquía?
Los sueños de partición en el Líbano, particularmente entre los cristianos libaneses, tienen una larga y frenética historia. Esto puede verse en la explosiva y controvertida idea – la cantonización, que divide el país en cantones políticos basados en todo lo sectario, similar al área controlada por la milicia de las Fuerzas Libanesas (FL) aproximadamente desde el año de 1975 hasta 1989. Irónicamente, fue el actual Presidente libanés Michel Aoun, quien ayudó a enterrar ese cantón en combates internos entre 1989 y 1990. Otra idea de cantón cimentada en historia fue el área incluida en el Mutasarrifate del Monte del Líbano (1861-1914), que abarcaba a la mayoría de la población cristiana y drusa del actual territorio del Líbano.
Pero la situación actual es muy diferente a la del Líbano en la década de los años 1980 o en el siglo 19. Hoy en el Líbano no existen milicias, excepto la fuertemente armada organización Hezbolá. Ese grupo y sus aliados sectarios nunca permitirían voluntariamente que partes del país se escapen formalmente de su control. Algunos pudieran decir que un Líbano en total colapso pudiese ver al Ejército libanés (LAF) dividido a lo largo de líneas sectarias junto a unidades cristianas que brinden seguridad en las áreas cristianas mayoritarias (probablemente un área similar al antiguo cantón LF desde Beirut occidental hasta Madfoun). Pero el ejército libanés probablemente no sería rival para Hezbolá y la idea de que de alguna manera es inmune o está por encima de las muchas patologías del país, parece ser como muy ingenua.
Y los cristianos enfrentan otro problema: sus lealtades políticas hoy están aún más divididas que en los años sangrientos de la Guerra Civil del Líbano. El Movimiento Patriótico Libre de Aoun es un firme aliado de Hezbolá, al igual que esos cristianos agrupados alrededor del tradicional aliado maronita de Siria en el clan Frangieh al norte del Líbano. Los drusos del Líbano están hoy más unidos que sus cristianos, pero son una comunidad aún más pequeña. Estos no pueden sentirse unidos. Y el centrarse en los cristianos y drusos del Líbano ignora la realidad de que existen muchos sunitas libaneses e incluso musulmanes chiitas que se irritan ante la hegemonía de Hezbolá.
El federalismo o partición no es una solución viable a largo plazo, ya que la verdadera división en el Líbano hoy es entre aquellos – cristianos y musulmanes – que desean un futuro humanista, justo e iluminado y aquellos – cristianos y musulmanes – que están subordinados, ya sea por convicción, avaricia o miedo a los caprichos de los hombres de Irán en el Líbano y a la continuación de un estatus quo político corrupto incapaz de lograr algún cambio.
*Alberto M. Fernández es Vicepresidente de MEMRI.