El régimen revolucionario iraní, que acaba de celebrar su 40avo aniversario, se encuentra sufriendo una continua y profunda crisis interna. Las manifestaciones que comenzaron en diciembre, 2017 en la ciudad de Mashhad sobre el tema de las condiciones económicas y la corrupción se esparcieron a lo largo de todo el país y continuaron hasta el 2018. En algunas ciudades, las protestas se centraron en la falta de agua potable. Los sufíes iraníes y miembros de la inquieta minoría árabe del país también han organizado manifestaciones. Este malestar ha continuado incluso a lo largo del 2019.
Esta agitación precedió al retiro en mayo, 2018 de la administración Trump al acuerdo nuclear con Irán (PIDAC) y la imposición de nuevas sanciones estadounidenses en noviembre, 2018 dirigidas al aventurismo regional iraní y a su desarrollo de misiles balísticos.
Según la mayoría de los estándares, el régimen iraní dentro de Irán se encuentra en problemas, aunque los mullah han enfrentado desafíos similares en los últimos 40 años. Pero mientras que a nivel nacional Irán se las ve sombrías, a nivel regional persigue una ambiciosa agenda generacional, que busca reformar gran parte de la región a su propia imagen.
Mucho se ha escrito sobre la subversión iraní y el militarismo expedicionario en Siria, el Líbano, Irak y Yemen y de hecho, sobre el tema del terrorismo iraní alrededor del mundo. Los lazos con grupos tales como Hamas y su socio a muerte Hezbolá son históricos y las milicias pro-iraníes en Siria e Irak son una historia que continúa por años. La relación militar-seguridad-inteligencia entre Irán y sus representantes regionales es el centro de su proyección de poder y fuerza.
Un poco menos conocidos son los esfuerzos políticos o no-militares iraníes del «poder blando», desde Irak a Beirut, que busca crear hechos en el terreno y expandir la influencia de Irán. De hecho, como el poder iraní se ve inestable en casa, este está trabajando para establecer raíces profundas y permanentes en la región fuera de sus propias fronteras políticas.
Como el gran poderío musulmán chiita en una región mayoritariamente sunita, Irán por supuesto, ha trabajado a menudo con correligionarios no iraníes quienes sirven como soldados de infantería para garantizar la supremacía de los representantes iraníes. Estas poblaciones son recompensadas con tierras y viviendas en una amplia franja de territorio que se extiende desde el Líbano hasta Mesopotamia. Mientras que los sunitas son los perdedores en los intercambios de población y los cambios demográficos en lugares tales como el sur de Siria y Damasco, en las llanuras de Nínive al norte de Irak se encuentra la antigua población cristiana del país la que, de forma lenta pero segura, está siendo expulsada por las milicias armadas Shabak y apoyadas por Irán. Irán descaradamente también busca dividir provincias iraquíes tales como Salahiddin sobre bases sectarias.
Sin embargo, el CGRI no es nada si no pragmático. Irán no solo confía en los chiitas pro-iraníes, sino que busca forjar vínculos con los no-chiitas e incluso con los musulmanes susceptibles a diferentes tipos de persuasión. El apoyo de Irán a varios grupos palestinos no es nada nuevo y de hecho, la relación entre la Organización de Liberación de Palestina (OLP) y los revolucionarios iraníes es anterior a la caída del Sha. El apoyo iraní al Hamas islamista sunita no es nada nuevo, tal como lo es su «cooperación táctica» con los supuestamente salafistas-yihadistas anti-Irán de Al-Qaeda, que han encontrado refugio dentro del aparato de seguridad nacional iraní durante casi dos décadas.
Lejos de perseguir una política exclusivamente chiita en el Líbano, Irán posee sus propios maronitas o drusos quienes son pro-Hezbolá y la introducción de musulmanes sunitas pro-Hezbolá (y anti-Sa’ad Hariri) fue un punto importante en la formación del 2018 del nuevo gabinete libanés.
En el futuro campo de batalla clave que limita con Israel, el sur de Siria, Irán y Hezbolá trabajan constantemente con el propósito de cultivar vínculos productivos con los rebeldes sunitas árabes que en realidad habían estado combatiendo contra el régimen de Assad.
En el campo de los medios de comunicación, Irán puede contar con una amplia variedad de representantes en el Líbano, Siria, Yemen e Irak, que pueden ser utilizados para promover conversaciones iraníes y ser utilizados en operaciones de influencia. Y los agentes de medios de comunicación pro-iraníes no se limitan al idioma árabe.
Irán también busca promover una mayor influencia a través de los vínculos culturales y educativos en el Medio Oriente árabe. Estos son generalmente similares al trabajo realizado por los centros culturales diplomáticos de otros países, incluyendo a aquellos en occidente. Las universidades iraníes fuera de Irán, consideradas como importantes centros de influencia educativa para el régimen, ahora se encuentran en el Líbano, Siria, Irak y en los Emiratos Árabes Unidos. Una figura clave dentro del alcance universitario en Irán (así como en el área de la diplomacia y propaganda religiosa) es el ex-canciller Ali Akbar Velayati. Por supuesto, este esfuerzo de alcance por parte de la universidad árabe en Irán es abundante en ironía, dado el papel que desempeñan los estudiantes universitarios iraníes para confrontar al régimen en su país.
Irán y sus aliados buscan hoy promover el chiismo entre las tribus sunitas del este de Siria e incluso entre grupos religiosos heterodoxos como los drusos y los alauitas. Por supuesto, tratar a los unificadores religiosos alauitas como chiitas tradicionales se remonta a por lo menos la década de 1970 y siempre ha visto más motivado por políticas convenientes que por la fe religiosa verdadera. Los misioneros iraníes han estado trabajando con cierto éxito para convertir a los alauitas sirios e ismailis al chiismo de los Doce durante años mucho antes de la Guerra Civil en Siria, pero las ambiciones religiosas van mucho más allá de ello.
Tal vez aún más importante que el éxito hasta la fecha que Irán ha tenido en su forma no-militar de «poder blando» es la forma en que funciona. Si los estadounidenses son los maestros del mundo en un «juego aéreo», extendiéndose desde lejos para efectuar un cambio ya sea por medio de un ataque aéreo o una llamada telefónica presidencial, Irán en el Medio Oriente árabe ha trabajado diligentemente en un «juego básico» de pacientes y de labor gradual. Al construir relaciones, cultivar a agentes estados y a aliados, Irán se incrusta dentro del manto de las sociedades locales destacándose en la política minorista de la diplomacia.
Por supuesto, hacerse cargo de partes de gobiernos no-militares que pueden ser convertidas a valor monetario y orientadas hacia la construcción de dichas relaciones, tal como lo hizo recientemente el principal sustituto de Irán en el Líbano al adquirir el Ministerio de Sanidad, hace que la diplomacia minorista y la edificación del imperio sean mucho más rentables.
En contraste con esas pesadas caravanas de altos diplomáticos estadounidenses, el comandante de las Fuerzas Qods del CGRI Qassem Suleimani y otros altos líderes iraníes viajan de manera simple y modesta, construyendo redes locales, trabajando diligentemente en múltiples canales de influencia, ya sea visitando la tumba de Jalal Talabani o sentados y bebiendo té con tribus locales iraquíes.
Ni los Estados Unidos ni ningún otro estado occidental pueden igualar el juego imperial de Irán en los estados de la Media Luna Fértil. Solamente los Estados Unidos posee la capacidad de hacerlo, pero una huella tan expansiva e intrusiva se encuentra ahora más allá de las aspiraciones estadounidenses.
Pero sin lugar a dudas una nueva política estadounidense que busca desafiar seriamente la hegemonía iraní en esta región debe tener en cuenta no solo las ambiciones nucleares y misilísticas de Irán y sus sustanciales agentes estados militares en el terreno, sino también el rango completo de la proyección del poderío iraní en toda la sociedad en general. Dicha política indicaría la manera cómo Irán está construyendo un imperio regional mientras que su población en casa lucha por conseguir agua y electricidad.
*Alberto M. Fernandez es presidente del Middle East Broadcasting Networks (MBN). Las opiniones expresadas en este documento son únicamente del autor y no necesariamente reflejan las opiniones oficiales del gobierno de los Estados Unidos.