Tanto el Líbano como Irak han captado, más allá de la rutina habitual de los disturbios en el Medio Oriente, la atención de Occidente en los últimos meses. El Líbano, acosado por un colapso económico a nivel de la Gran Depresión, sufrió la explosión del puerto de Beirut, aún sin ser totalmente explicada, el 4 de agosto, que mató a varios cientos, hirió a 6.000 personas y destruyó parte de la ciudad capital del país junto el puerto principal. Como resultado de la crisis, el gobierno del Líbano renunció formalmente y está en su modo interino, a la espera del resultado de las disputas por los cargos ministeriales a ocupar por las diferentes facciones. En Irak, el año comenzó con la liquidación del maestro terrorista iraní Qassim Soleimani en Bagdad y en mayo del 2020 el gobierno interino de Adel Abdel Mahdi fue finalmente reemplazado por un nuevo gobierno encabezado por Mustafa Al-Kadhimi, quien visitó Washington en agosto del 2020 (su primera visita al extranjero fue a Irán en julio de ese mismo año).

A pesar de la realidad de que los gobiernos de ambos países están siendo fuertemente influenciados por Irán y sus agente-estados locales, Occidente ha tomado una iniciativa. El Presidente francés Emmanuel Macron, visitó Beirut inmediatamente después de la explosión del puerto y prometió un mayor compromiso del gobierno francés. Al-Kadhmi fue recibido calurosamente en Washington y su gobierno firmó acuerdos por valor de billones de dólares con empresas estadounidenses en las áreas de petróleo, gas y electricidad.

El subtexto en ambas situaciones – en dos países muy diferentes del Medio Oriente que enfrentan algunos problemas superficialmente comunes, es que los gobiernos occidentales hacen esfuerzos de buena fe para interactuar con sus contrapartes. Si bien Washington es más optimista sobre el nuevo primer ministro iraquí que sobre un nuevo gobierno libanés, en ambos casos la esperanza es que el compromiso y el aliento de Occidente puedan producir mejores resultados, para la población local y para los intereses occidentales, que aquellos gobiernos anteriores en Beirut y Bagdad hayan podido cumplir. Pero, ¿cuán realistas son estas esperanzas de reforma y cuáles son los desafíos inmediatos para este cambio?

Viéndolo desde fuera, las perspectivas parecen mejores en Irak. La situación económica es terrible, pero no tan catastrófica como la del Líbano. Irak tiene algo de dinero, mientras que el Líbano no tiene. Al-Kadhimi es al menos un rostro nuevo en escena y ha dicho algunas cosas muy buenas sobre el enjuiciar a aquellos que asesinaron a activistas. Si logra o no cumplir con ello es otro tema a futuro.

Para el Líbano, lamentablemente, el camino a seguir parece consistir en forjar un «gobierno de unidad nacional» totalmente en deuda con Hezbolá, o un gobierno «tecnocrático» de base más chica también en deuda con Hezbolá. El cartel político libanés en el que Hezbolá se basa para implementar su voluntad parece estar seguro de que podrá capear la desastrosa situación social, económica, ambiental y política que este ha engendrado.

Una similitud entre los dos países es que a pesar de la continua hegemonía de Irán y sus secuaces locales, el disgusto que provocaron las constantes manifestaciones tanto en octubre del 2019 como en el 2020 de decenas de miles de personas, especialmente jóvenes, no se ha disipado. Estos mítines fueron lo suficientemente duraderos como para provocar la caída del gobierno títere de la época, pero no lo suficientemente fuertes como para provocar un cambio real. Tan débil como fue el resultado final, las manifestaciones representaron un desafío imperfecto al orden político controlado por Irán.

La respuesta dirigida por Irán a desafíos incluso mucho más débiles ha llegado a manifestarse y seguirá manifestándose de tres maneras: a través de la violencia, la penetración política y la manipulación económica.

Mientras el nuevo primer ministro de Irak al menos intenta hacer esfuerzos públicos dirigidos hacia la reforma, los diferentes agente-estados de Irán dentro de Irak han intensificado sus actividades, realizando asesinatos selectivos de activistas, a los formadores de opinión y a periodistas. El asesinato ocurrido el 7 de julio de Hisham Al-Hashemi, quien asesoró al gobierno sobre terrorismo, incluso sobre los escuadrones de la muerte controlados por Irán, fue un mensaje directo a Al-Kadhimi. Los asesinatos han continuado hasta agosto del 2020, ayudados e instigados por un enorme aparato de medios de comunicación de milicias/partidos políticos pro-Irán dentro de Irak, creados y edificados durante la última década. Al-Kadhimi se verá obligado a acomodar a los escuadrones de la muerte o enfrentarse a estos. Existe un apetito público verdadero en Irak por la llegada de un líder político que ponga los intereses y la soberanía de Irak primero, pero aún no está del todo claro si Al-Kadhimi puede ser ese hombre y, si realmente intentara hacerlo, si es que sobrevive.

En el Líbano, la tendencia hacia la violencia y coacción va en dirección similar. Ha habido un aumento de la represión con mano dura, las agresiones a periodistas y a manifestantes y los esfuerzos por silenciar las voces críticas de los medios de comunicación tales como MTV (Murr Televisión) de Beirut. La represión alcanzó un nuevo nivel de ridiculez malévola cuando las fuerzas de seguridad libanesas persiguieron, le vendaron los ojos y extrajeron una confesión y disculpa de un manifestante, irónicamente un cristiano libanés, que le faltó el respeto a una fotografía del presidente cristiano del Líbano Michel Aoun, durante las manifestaciones. Algunos libaneses temen que a medida que Hezbolá se preocupe de que la población esté perdiendo el miedo, pueda producirse otra ola de asesinatos a aquellos críticos de Hezbolá, tal como sucedió entre los años 2004 y 2013, cuando destacados políticos, periodistas y funcionarios de seguridad fueron blancos de ataques.

La amenaza de violencia siempre se encuentra implícita. Pero Irán y sus representantes gobiernan en el Líbano e Irak manipulando la política y el proceso electoral. Particularmente útiles, especialmente en el Líbano, son los políticos no-chiitas quienes sirven los intereses de Irán. Estos facilitadores cristianos y sunitas amplían y disfrazan el alcance de Irán en el proceso político. Cualquier elección anticipada que ocurra en cualquiera de los dos países – una demanda de muchos reformadores serios, será susceptible de ser manipulada por estos cárteles políticos corruptos en sintonía con Irán, para manipular un sistema ya parcializado a su favor.

En cuanto a la manipulación económica, tanto el Líbano como Irak son lugares donde Irán y Hezbolá lavan su dinero y también utilizan ganancias mal habidas y corrupción del gobierno local para mantener su hegemonía. ¿Qué mejor manera de cuidar a un espía iraní que tenerlo en la nómina del estado al que le envían a infiltrarse? La avaricia de las élites locales trabaja en colaboración para estos enriquecerse al servicio de los objetivos más amplios de Irán.

Frente a esta camisa de fuerza iraní, ¿qué hará Occidente? ¿Es mejor alejarse y reducir nuestras pérdidas? ¿Debería Occidente, en este caso Francia y los Estados Unidos, trabajar agresivamente hacia una reforma? ¿Las figuras más nuevas tales como Al-Kadhimi o las ya gastadas como Saad Al-Hariri del Líbano pueden estos ofrecer algo de valor real? Algunas voces en estos países critican a los forasteros que piden se aplique mano dura en el Líbano e Irak desde lejos, a pesar de que estas mismas voces no parecen mirar con recelo la financiación occidental siempre que existan pocas condiciones al respecto.

A mi manera de ver, Occidente puede y debe participar, pero debe ser mucho más cínico y transaccional en sus objetivos. Demasiado «desarrollo institucional», «desarrollo económico» y «proceso por el bien del proceso» puede fácilmente nublar nuestras perspectivas. Nuestro principal objetivo debería ser negarle a Irán y a sus agente-estados los recursos que necesitan para gobernar, incrementar el precio de su hegemonía. Esto pudiese significar apuntalar elementos de la sociedad local (los medios de comunicación independientes son un sector obvio) que pueden hacer contribuciones útiles para hacer que el precio de la hegemonía sea mayor. Ejercer presión sobre los facilitadores, aquellos que cubren convenientemente a favor del gobierno del agente-estado iraní, es otra táctica obvia.

En ausencia de una sublevación popular y violenta exitosa en el Líbano o Irak contra la satrapía iraní, un resultado que parece muy poco probable, la clave para terminar con el control iraní de esos estados está dentro del propio Irán, con la caída de ese régimen. Mientras tanto, mantener nuestros objetivos tan estrictos y tangibles como sea posible parece ser la mejor opción.

*Alberto M. Fernández es Vicepresidente de MEMRI.