En el año 2019 se produjeron manifestaciones populares junta a una violenta represión por parte de regímenes contra estas protestas desde el norte de África hasta Irak. A diferencia de lo que generalmente se cubre como noticias en los medios de comunicación de Occidente, estas protestas no fueron sobre Estados Unidos o el Presidente Trump o Israel o el terrorismo salafista yihadista. Era casi como si algunos de los principales problemas que generalmente movilizan a los expertos en Occidente fuesen irrelevantes. La agitación volcó a dos fuerzas ya desgastadas favorecidas por la Izquierda y Derecha en Occidente – de que el tema es siempre se sobre las fechorías cometidas por Estados Unidos e Israel y que la «calle» del Medio Oriente en realidad no viene al caso.
Grandes desordenes públicos estallaron en cinco países en su mayoría de habla árabe: Sudán, Argelia, Egipto, Irak y el Líbano. Todas estas protestas comparten ciertas similitudes superficiales: ira por la corrupción, malos gobiernos, privación económica y exclusión política. Si bien estos eventos fueron impulsados por frustraciones ampliamente similares, cada uno tenía su sabor local muy específico y sus resultados tangibles han variado ampliamente.
Las manifestaciones en Sudán, que comenzaron en diciembre del año 2018 en respuesta a las terribles condiciones económicas, finalmente condujeron al fin del gobierno de casi 30 años del Presidente Omar al-Bashir. La revolución de Sudán es la mejor de todas las del 2019 hasta ahora en términos de cambio verdadero. No mucho ha cambiado sobre la superficie en Argelia y Egipto.
Los disturbios en Sudán, Argelia y Egipto se diferenciaron de los otros dos estados árabes. Estos poseían una orientación interna puramente doméstica. Cuando el señor de la guerra en Sudán Hemedti, o los generales de Argelia decidieron tomar medidas, no tuvieron que apaciguar ni romper con un amo extranjero. Hasta cierto punto, el cambio fue más fácil en lugares gobernados, verdaderamente gobernados por tiranos locales que reaccionaban únicamente a las realidades locales y a las estructuras de poder. En Irak y el Líbano, los manifestantes se enfrentarían a un desafío diferente.
Sacudiendo los barrotes de la jaula iraní
Esos dos países son parte de las esferas de control de Irán durante años. Irán (que implementó una represión especialmente brutal hacia sus propios manifestantes en el año 2019) ha pasado décadas invirtiendo en invitar a la clase política gobernante, a los medios de comunicación y crear sus propios poderes militares en ambos países. Esto no fue hecho a través de un buen gobierno sino para promover las aspiraciones regionales de Irán. Las prioridades eran obviamente claras: un Líbano que no puede pagar sus deudas también está inundado por decenas de miles de misiles avanzados provistos por Irán a Hezbolá para la próxima ronda de guerras contra Israel. La industria y agricultura doméstica de Irak están siendo supeditadas a la necesidad del lavado de dinero y de divisas de Irán.
Al igual que Sudán, Irak es un país donde se han producido múltiples manifestaciones en los últimos años y las protestas que comenzaron en octubre del 2019 se colocaron en cierta medida por encima de las del verano, 2018 – ira por la corrupción, falta de servicios por parte del gobierno y falta de empleos. Ambos también compartieron en gran medida (y en su mayoría a pacíficos) participantes chiitas iraquíes y una corriente subterránea de violencia entre las milicias chiitas rivales. La revolución de Tishreen continúa y el 29 de noviembre logró que el Primer Ministro iraquí Adil Abdul Mahdi aceptara renunciar (este permanece en el poder hasta que se elija un sucesor). Solo tomó más de 400 muertos y 20.000 heridos a manos de las fuerzas de seguridad y de las milicias pro-iraníes.
Las manifestaciones aliviaron ciertas realidades interesantes en Irak. El poderío iraní en Irak es omnipresente y pernicioso, pero también se encuentra bajo acoso. Las milicias controladas por Irán han sido acusadas confiablemente de múltiples secuestros, tiroteos y apuñalamientos contra manifestantes y contra la sociedad civil. Sin embargo, aunque la gran mayoría de los manifestantes fueron pacíficos y alegres, la sede de los partidos islamistas chiitas y las milicias pro-iraníes fueron saqueados en gran parte del sur de Irak (algo similar a esto también ocurrió en el 2018) mientras los sadristas combatían y masacraban a milicianos rivales.
Un video ampliamente difundido mostró que el notorio líder de la milicia Qais al-Khazali amenazaba a los Estados Unidos, Israel y al canal de televisor financiado por los Estados Unidos Al-Hurra por supuestamente orquestar las manifestaciones. Pero los comentarios de al-Khazali se produjeron en el funeral de uno de sus líderes de la milicia que había sido literalmente destrozado, sacado de una ambulancia y asesinado. Muchos iraquíes odian realmente y sin simpatías esta clase de milicia depredadora que tiene en sus manos tanta sangre inocente.
Un comentarista iraquí chiita me dijo recientemente que lo sorprendente es lo poco que ha calado toda esa influencia iraní entre la población de Irak (a diferencia de su élite gobernante). «Existe muy poca cercanía, afecto o afinidad cultural. Es más probable que encuentre un restaurante iraní en Dubái que en el sur de Irak. Los farsi-parlantes de entre la población común se limitan a aquellos involucrados en el comercio de peregrinos. Existen agentes y acuerdos iraníes en todas partes pero también un profundo resentimiento a ello».
El reinado de Irán en el espacio mediático iraquí aparentemente pareciera dominante con decenas de medios de comunicación y un agresivo «brazo electrónico» a su servicio. Los manifestantes no solo fueron asesinados por francotiradores, a quienes le dispararon granadas de gas directo a sus cabezas, fueron apuñalados por milicianos y desaparecidos, acciones estas realizadas por escuadrones de la muerte. Estos han sido sometidos a una campaña constante de difamación por los medios controlados por el estado y por medios de comunicación y defensores pro-iraníes, que llaman a los manifestantes «gitanos de Saddam», exageran o fabrican casos de violencia de la mafia e infieren que los manifestantes son moralmente corruptos.
Y sin embargo, las protestas continúan, impulsadas por el espíritu creativo y resistente de la juventud iraquí. Estos son jóvenes desesperados y esperanzados, ingenuos y sin líderes, pero valientes e idealistas. Estos han perdurado mucho más de lo que muchos esperaban. La represión debería haber sido fácil. El estado está fuertemente armado y bien financiado por los ingresos del petróleo. Los despiadados representantes iraníes son omnipresentes en Irak. Los medios de comunicación que simpatizan con los manifestantes han sido atacados o silenciados, mientras que aquellos que los difaman lo hacen en plena impunidad.
Con la excepción del Gran Ayatolá Ali al-Sistani, una excepción esencial y honorable, muchos líderes nacionales iraquíes, miembros de una clase política corrupta y privilegiada, elogiaron inicialmente a los manifestantes y luego se movilizaron para demonizar e interrumpir las protestas. Las provocaciones mortales contra los manifestantes de Irak continúan sin cesar y sin embargo, una nueva cultura de resistencia cívica popular y pacífica ha nacido en las calles de Irak que ha demostrado ser mucho más resistente de lo que muchos expertos esperaban de estas.
Este tipo de firmeza también ha sido exhibido en las manifestaciones ocurridas en el Líbano que estallaron el 17 de octubre. Al igual que Irak y Sudán, las manifestaciones no son nada nuevo en el Líbano y estas fueron aparentemente provocadas por la amenaza de impuestos adicionales sobre los ciudadanos libaneses que ya se ven altamente agobiados por ello. Los manifestantes libaneses trascendieron la secta religiosa y mostraron gran parte del mismo entusiasmo juvenil y creatividad que se ve en otros lugares. Los manifestantes provocaron la renuncia del gobierno del primer ministro Hariri y vagas promesas de reforma en dos semanas y sin el recuento de cadáveres visto en Irak.
Pero las respuestas de las autoridades libanesas hacia los manifestantes traicionan similitudes con las observadas en otros países. Una aprobación condescendiente inicial dio paso a irritación y luego a la ira de que los manifestantes no se sentían satisfechos con las migajas y las vagas promesas que se les ofrecían. Hezbolá hizo un esfuerzo especial para sofocar los disturbios entre su propio grupo demográfico chiita con cierto éxito mientras jugaba su carta sectaria contra otros. Se ejerció presión, violencia y difamación sobre las protestas restantes en un intento por silenciarlas. Las protestas continúan incluso cuando el Líbano intenta formar un gobierno para mantener a la misma multitud bajo control mientras aparentemente intenta apaciguar a las masas y asegurar suficientes fondos del proceso CEDRE para retrasar el colapso económico y hacer el menor cambio posible en lo más alto de la cadena.
¿Puede una Estados Unidos distraída ser una fuerza subversiva para el bien?
¿Qué podemos aprender sobre estas manifestaciones y qué nos enseñan sobre la política exterior de la Administración Trump en el Medio Oriente?
Estas protestas no son exclusivas del Medio Oriente, las vemos desde América Latina hasta Europa y Asia Oriental. Pero no existe una región en el mundo que se vea afectada por la combinación de un gobierno deficiente y la falta de libertad. El tan difamado «Déficit de Libertad» del Medio Oriente es muy real. Agregar el cambio climático y el crecimiento de la población a la mezcla solo ha empeorado las cosas. Es muy probable que un ciclo de retroalimentación regional de opresión, incompetencia, desesperación y revuelta sea la nueva norma a seguir en la región.
En segundo lugar, con la parcial excepción de Sudán, los antiguos regímenes por ahora se ven «victoriosos», manteniéndose y comprando tiempo, aprendiendo de los disturbios de la Primavera Árabe y buscando forjar nuevas cadenas, nuevas herramientas técnicas y tácticas de represión. La población se resiste tanto como puede contra lo que en el papel parecen ser probabilidades desesperadas. Las protestas en Irak y el Líbano no fueron dirigidas directamente contra la hegemonía iraní – los sistemas políticos y las élites corruptas en ambos países no fueron creados por los iraníes. Pero con el tiempo las protestas se han vuelto más sobre Irán y Hezbolá a medida que el control de Teherán sobre las élites políticas públicamente se torna más evidente.
Irán no creó la cleptocracia y la corrupción desenfrenada en ambos países, pero hoy día subsidia directamente la hegemonía de Teherán. El sistema tiene que subsidiar no solo a los cleptócratas locales, al igual que se hizo en el pasado en lugares tales como Sudán y Túnez, sino pagar el mantenimiento de sus carceleros conectados a Irán. Esta es la versión de la Doctrina Brezhnev del Líder Supremo iraní, lo que poseen, lo mantendrán a toda costa. Pero preferiblemente en liras libanesas, dinares iraquíes y dólares estadounidenses.
Las apuestas son muy altas. El dominio de Irán sobre el Líbano e Irak es muy valioso. Si bien el Líbano enfrenta un desastre económico que pudiera aflojar el estrangulamiento de Irán en ese país, la situación en Irak podría ser aún más peligrosa. Este es un alzamiento chiita en gran parte iraquí, que canaliza a ambos el sentimiento nacionalista iraquí y la religión no solo independiente sino opuesto a la continua hegemonía de Irán. Este es un nuevo frente potencialmente mortal en oposición a las aspiraciones de liderazgo de Irán.
A pesar de los febriles delirios de los propagandistas pro-Irán, Washington (e Israel y Arabia Saudita) no crearon ni financiaron a los movimientos de protesta en Beirut y Bagdad. Pero hay mucho que los Estados Unidos pueden hacer todavía para revertir los eventos a nuestro favor y brindar ayuda a los manifestantes que valientemente defienden no a los Estados Unidos, sino a sus propios valores y causas que no están en conflicto con nuestros intereses.
Ciertamente, la campaña de máxima presión contra Teherán librada por la administración Trump ha elevado el costo de mantener el imperio de Irán creando nuevas fracturas de estrés político y económico a lo largo de la cadena alimentaria de ese imperio. Quizás involuntariamente, el itinerario estadounidense ha sido impecable. Esa presión debe acelerarse y cualquier punto de estrangulamiento restante en Teherán debe ser activado.
Irán ha gastado años y dinero desarrollando un extenso imperio mediático tanto en Irak como en el Líbano. Todo esto ha incluido a las muchas organizaciones de medios de comunicación agrupadas en la Unión Islámica de Radio y Televisión (UIRTV), pero también silenciando y amordazando a los medios de comunicación en dos países donde existía hasta hace poco un espacio de medios de comunicación independiente. Occidente necesita acelerar el proveerle a los medios de comunicación independientes restantes en ambos países las herramientas para sobrevivir y comunicar sus propias historias de manera más efectiva y amplificar las voces de los periodistas ciudadanos que informan desde las plazas de los mártires y sobre libertad en Bagdad y Beirut.
La actual administración estadounidense heredó una extraña relación con los gobiernos del Líbano e Irak. En ambos lugares, las embajadas estadounidenses intentan mantener una relación productiva con gobiernos fétidos, obviamente obligados a Irán en un esfuerzo desesperado por influir sobre ellos. Existe cierta lógica de que cierta cooperación con las Fuerzas Armadas Libanesas (FAL) y las Fuerzas de Seguridad Iraquíes (FSI) pueden proveerle a los Estados Unidos un acceso útil además de inteligencia, especialmente contra los grupos salafistas yihadistas. Según informes, los servicios de inteligencia iraquíes fueron clave para la terminación del «califa» del EIIS Abu Bakr al-Bagdadí.
Pero a medida que Irán y sus suplentes buscan agresivamente aplastar la disidencia y las revueltas en Irak y el Líbano, ha llegado el momento de que Estados Unidos suba agresivamente las apuestas sobre elementos del aparato estatal que le sirven a la represión iraní. La designación el 6 de diciembre de cuatro iraquíes bajo la Ley Global Magnitsky debería ser solo el comienzo. En lugar de los líderes de la milicia y los empresarios corruptos, es hora de sancionar ya a los funcionarios gubernamentales y políticos en ambos países. Dada la profunda fatiga estadounidense en el Medio Oriente, ¿puede Washington aprender a vivir con una revolución que no inició y que este no controla? Debe hacerlo y muy sutilmente jugar políticamente si espera obtener la victoria.
Abrazar un estado de ambigüedad junto a las élites en Bagdad y Beirut puede y debe hacerse. En Sudán, durante muchos años, Estados Unidos mantuvo una relación muy fructífera con los servicios de inteligencia sudaneses y al mismo tiempo continuó una relación hostil con el régimen. La diferencia es que detrás del NISS de Sudán finalmente estaba al-Bashir. Detrás de los elementos de la FAL y la FSI no se encuentran solo los líderes locales sino Irán. Washington necesita ver claramente a la mayoría de los supuestos gobernantes en Bagdad y Beirut no como aliados sino como adversarios y actuar consecuentemente.
La crisis política en la región, vista especialmente en el Líbano e Irak tiene una historia de fondo muy compleja. Estados Unidos no puede resolver o dirigir un proceso convulsivo que inevitablemente debe seguir su curso y que probablemente continuará dadas las tendencias distópicas en la región. Irán ciertamente no posee soluciones para las aspiraciones de un pueblo desesperado ni tampoco muchos de nuestros aliados regionales.
Puede que exista esperanza en lugares tales como Túnez y Sudán y en las revoluciones de Beirut y Bagdad. Puede que se den revueltas populares en otros países que puedan amenazar directamente los intereses estadounidenses, pero eso no viene al caso hoy. Incluso con nuestra limitada capacidad de atención y disfunción política en Washington, podemos ser agresivos en tratar de igualar tanto como fuese posible las perspectivas para alzamientos que no solo defiendan aspiraciones rudimentarias hacia la dignidad humana, sino que también apunten cada vez más hacia nuestro mayor adversario en la región.
*Alberto M. Fernandez preside el Middle East Broadcasting Networks (MBN). Las opiniones expresadas en este documento son únicamente las del autor y no reflejan necesariamente las opiniones oficiales de MBN o del gobierno de los Estados Unidos.