Introducción
En enero del 2011, los pueblos del Medio Oriente comenzaron su marcha hacia la incautación de una parte en el liderazgo y los recursos de sus países, después de siglos en que estos fueron privados de este compartir por las diferentes oligarquías dominantes. Este alzamiento, el cual estalló en Túnez, se extendió a Egipto. Sin embargo, al igual que la lucha de los pueblos europeos por una parte en el poder, esta campaña en contra la hegemonía total de la clase gobernante está obligada a ser un proceso histórico multifacético, con numerosos reveses y crisis. Esta primera ronda – el actual alzamiento en Egipto – no podría ser real sin algunos logros, pero, en definitiva, está condenada al fracaso, ya que la institución militar egipcia mantendrá su control sobre el poder y los recursos en el país. [1]
El siguiente análisis examina la sublevación en Egipto como un microcosmos del proceso en el mundo árabe en general y argumenta que las protestas egipcias son menos que un grito por la democracia y la libertad en ser una apuesta por el poder mediante una clase media privada de sus derechos.
Los desencadenantes directos y la causa subyacente del alzamiento en Egipto
La actual ola de protestas en Egipto fue provocada por tres factores:
1) El deterioro en la situación económica de las masas como consecuencia del aumento mundial de los precios de los alimentos (aunque éste fue un factor central en Egipto, fue aún más decisivo en Túnez);
2) La total exclusión de la oposición del parlamento egipcio tras las últimas elecciones, en los que el partido gobernante PND (Partido Nacional Democrático) obtuvo 460 escaños mientras que la oposición (no sólo la Hermandad Musulmana, sino todos los partidos de la oposición) no se les concedió ninguna representación en lo absoluto;
3) Las protestas en Túnez, que proporcionaron a los egipcios con un exitoso modelo de alzamiento popular.
Un examen a fondo revela, sin embargo, una mayor causa fundamental que subyace en el alzamiento en Egipto – una propuesta del pueblo en arrancarle el poder a las oligarquías militares que han estado gobernando Egipto y controlando sus recursos durante siglos.
Desde la Edad Media, Egipto ha sido gobernado por las oligarquías militares (estado mameluco) y dinastías. En el siglo 19, el gobernador otomano de oficio de Egipto Muhammad ‘Ali acabó con la élite de los gobernantes mamelucos y estableció su propia dinastía, que dominó el país hasta bien entrado el siglo 20, ejerciendo el poder incluso bajo la ocupación británica. Esta dinastía fue derrocada en 1952 por la Revolución de los Oficiales Libres, que creó su propia oligarquía y estableció una infraestructura conjunta de militares y civiles. Esta oligarquía domina al país y ejerce un control total sobre sus recursos hasta el día de hoy.
Con los años, una clase media ha surgido, sin embargo, carece de toda participación en los recursos del país y los centros de poder. Hoy día, esta clase media se compone principalmente de jóvenes con altas tasas de desempleo y sin esperanzas para el futuro, pero que poseen la educación y una familiaridad con el mundo democrático – sobre todo gracias a la información moderna y a la revolución en las comunicaciones.
Dadas todas estas circunstancias, el actual alzamiento fue sólo una cuestión de tiempo.
Condenada desde el propio comienzo
El fracaso del alzamiento egipcio, sin embargo, es igualmente inevitable. Tres factores conspiran para impedir su éxito.
En primer lugar, las masas están en contra de una bien arraigada, unida y todopoderosa institución militar que reina sobre los centros de poder y la riqueza del país. Por otra parte, su imagen popular es la «defensa de la patria» y sus veteranos son percibidos como héroes de guerra. La mayoría de los jóvenes no se dan cuenta de que el ejército es, de hecho, el verdadero adversario, que ha colocado astutamente a la policía en las líneas del frente en los enfrentamientos con los manifestantes, permitiéndose a sí mismo mantener una imagen de estar junto al pueblo.
En segundo lugar, los manifestantes carecen de liderazgo. Si los acontecimientos hubiesen seguido su curso natural, un liderazgo hubiese surgido gradualmente de la clase media y se hubiese forjado en batallas cruentas contra el régimen dictatorial. Sin embargo, debido a las oportunidades ofrecidas por las comunicaciones en masa de hoy día – en particular, Internet y las redes sociales, así como también Al-Jazeera, que desempeñaron un papel fundamental – las masas privadas fueron capaces de «saltarse esta etapa», pasando directamente hacia la revolución misma. En consecuencia, sólo ahora, en medio de la revuelta, están tratando en vano de formar un liderazgo.
Cierto, los actuales opositores políticos están tratando de subirse al vagón. Estos, sin embargo, no representan a los manifestantes y de hecho están saboteando la revolución por su disposición a negociar con el régimen. Esto es especialmente cierto de la Hermandad Musulmana, que busca la legitimación que le ha sido negada por décadas. Cabe señalar, de paso, que esta oferta de legitimidad ha sido instigada por los Estados Unidos, que ha estado presionando al régimen egipcio a hablar con todas las fuerzas de la oposición, incluyendo las «no-seculares».
Tercero, el alzamiento egipcio también está condenado al fracaso por razones económicas y prácticas, porque es imposible para una población de 80 millones mantener una revolución que de vida a un punto muerto durante un período sustancial de tiempo.
Los logros previstos de la fase inicial al alzamiento
Aunque condenado al fracaso en el logro de sus objetivos declarados (el derrocamiento de Mubarak y la remoción del régimen), la fase inicial del alzamiento no será sin logros. Es ya evidente que Egipto disfrutará de más libertad de información y de protesta, e incluso puede haber enmiendas constitucionales y una derogación parcial de la ley de emergencia de larga data. Las futuras elecciones darán una mayor representación a la oposición en el parlamento. El Presidente Hosni Mubarak no se presentará de nuevo – de hecho, este puede incluso renunciar antes del último día de su actual mandato en el cargo – y no será capaz de pasarle la presidencia a su hijo Gamal.
Todos estos cambios, no obstante una constante permanecerá: la hegemonía de la élite militar. Aquellos que podrían llamarse los verdaderos hijos de Mubarak – Omar Suleiman, Ahmad Shafiq, Sami Anan, Hussein Tantawi y muchos otros generales en representación de la institución militar – se mantendrán en el poder y mantendrán su control sobre Egipto y sus recursos. El fracaso de la revolución está obligado a liderar violentos estallidos por parte de los frustrados manifestantes, pero la institución militar encontrara los medios para hacerle frente a todos sus rivales civiles – por medios democráticos, o menos democráticos, hasta el próximo alzamiento.
* Y. Carmon es el Presidente de MEMRI; T. Kuper y Migron H. son compañeros de investigación en MEMRI.
[1] De hecho, se podría decir que la primera ronda de alzamientos en el Medio Oriente no fue la actual ola de protestas sino más bien la Intifada palestina en contra de la ocupación israelí, en 1988 y en el 2000. En estas intifadas, aparte de los ataques terroristas de las organizaciones armadas palestinas, hubo una participación masiva del pueblo en la resistencia contra el ejército israelí. Aunque esta se trataba de una lucha de liberación nacional (en lugar de una lucha entre sectores dentro de una sola nación), uno podría, sin embargo denominarla una lucha por la hegemonía y los recursos contra el poder dominante israelí. Las intifadas obligaron a Israel a hacer ciertas concesiones políticas, aun así, Israel sigue siendo el poder hegemónico.