Procesión de la Virgen de Trapani en La Goulette en el 2017, la primera desde el año 1960.
Un amigo me recordó durante una reciente visita a Túnez que se dirigió al lugar de nacimiento del famoso historiador Ibn Khaldoun y de la popular actriz italiana Claudia Cardinale. Cardinale, de 80 años de edad, todavía tiene buenos recuerdos de Túnez e hizo su debut cinematográfico en una coproducción franco-tunecina de Goha en (1958), donde Omar Sharif se convirtió en el héroe popular del Medio Oriente.[1]
La comunidad italiana de Túnez a la que ella pertenecía tenía raíces que se remontan a cientos de años y Túnez le ofreció refugio en el siglo 16 a los judíos de la ciudad italiana de Livorno, a los judíos sefardíes de Italia que, a su vez, habían sido expulsados de la España cristiana. Los antepasados de Cardinale llegaron luego, los emigrantes católicos pobres sicilianos al Protectorado francés de Túnez llegaron en el siglo 19 por decenas de miles. Muchos trabajaban en puertos y en el oficio de la pesca. La ciudad costera de La Goulette (Halk Al-Oued), que tenía su pintoresco barrio llamado «Pequeña Sicilia», fue un centro famoso debido a esta migración.[2]
Un noticiero francés de 1959 en conmemoración al día de la Asunción de la Virgen María (8 de agosto) en La Goulette mostró una comunidad muy animada con una procesión pública de la Virgen de Trapani destacando a miles de participantes.[3] Unos años más tarde, toda esa comunidad se esfumó. La Virgen de Trapani no volvería a ser llevada a la ceremonia pública en La Goulette hasta el año 2017, cuando una multitud de devotos mucho más pequeña y en gran parte del África subsahariana lo haría en una ceremonia mucho más modesta.[4]
La minoría italiana de Túnez fue expulsada debido a las acciones realizadas por el estado, impulsadas por una ley de nacionalización de mayo, 1964 que tenía como objetivo las tierras de cultivo de propiedad europea y otras propiedades. En reconocimiento por el final de una comunidad que alguna vez fue vibrante, el Vaticano llegó a un acuerdo en julio, 1964 con el gobierno tunecino entregando más de 107 iglesias ahora en demasía, algunas de las cuales aún son utilizadas como escuelas o clubes deportivos o estaciones policiales o han sido dejadas a la ruina.[5]
Tal como le corresponde a un país conocido por su relativa tolerancia, el fin de la histórica comunidad italiana en Túnez no fue violento. Casi contemporáneo con su desaparición fue el rápido descenso de la comunidad judía de Túnez, que huyó a Israel o a Europa occidental como parte de un proceso cruel de «descolonización» y nacionalismo bien descrito por el gran intelectual judío tunecino Albert Memmi.[6]
La propia historia personal de Memmi es un ejemplo conmovedor de la crueldad que acompañó la liberación nacional. Una persona que se consideraba a sí mismo como «judío árabe tunecino», fuertemente a favor de los «oprimidos», encontró que no tenía lugar en un estado nacionalista musulmán árabe o en una sociedad libre del control externo, pero que no era tolerante o liberal dentro de ello en lo absoluto.[7]
Lo sucedido en Túnez fue en la República de Turquía, en el Egipto de Nasser y el Irak hachemita cuando las antiguas comunidades no-musulmanas fueron expulsadas en el siglo 20. Los disturbios de 1955 en Estambul organizados por funcionarios turcos apuntaron, por supuesto, a una comunidad griega nativa establecida hace mucho tiempo antes de que el primer turco llegara a Anatolia.[8] Las nacionalizaciones de 1961 y 1963 por Gamal Abdel Nasser de Egipto expulsaron a una comunidad griega arraigada en la antigüedad.[9] El pogromo de 1941 o Farhud de los judíos iraquíes en Bagdad se centró en otra comunidad con raíces que datan de Ezra y Nehemías y del cautiverio babilónico.[10]
Por supuesto, los casos son diferentes. En Egipto y Túnez, la presión económica y política obligó el destierro a las comunidades de extranjeros residentes más longevas. En Irak y Turquía, la violencia organizada por el estado fue dirigida a ciudadanos residentes locales pertenecientes a las minorías religiosas.
Pero en todas estas circunstancias, fue la modernización de los regímenes nacionalistas o seculares lo que expulsó agresivamente a estas minorías y no a los islamistas. Ya sea que haya sido realizado en nombre de la turkificación o del nacionalismo árabe o de Chipre o Palestina, debía obligársele a los ciudadanos inocentes locales a pagar por las supuestas transgresiones políticas de otros en otros lugares o por el mero hecho de ser el tipo erróneo de persona en el lugar y el momento equivocado.
Estas primeras rondas de limpieza étnica precedieron a la mayoría de las guerras y revoluciones que sacudirían el Medio Oriente y el norte de África y que precedieron el auge del Islam político que tendría en la mira a otras minorías religiosas y étnicas en la región.
Independientemente de la tragedia de las comunidades destruidas, las estructuras abandonadas y las familias desarraigadas, el costo más alto fue, a mi manera de ver, para los países que realizan por si mismos este desarraigo. Estos se volvieron más sombríos, más monocromos e insulares. Estos emigrados y refugiados enriquecieron a Europa, a los Estados Unidos y al naciente Estado de Israel. Muy probablemente evitaron peores horrores si se hubiesen quedado donde estaban en las tierras que presenciarían décadas de turbulencia.
Lo que los nacionalistas destruyeron en ese frenético período de la década de 1940 a la década de los años 60 fue una tradición de vida cosmopolita árabe, turca e islámica mucho más antigua que, sin ser romántica, aportó gran vitalidad a estas encrucijadas, al Mediterráneo, a Anatolia y a Mesopotamia. Los judíos encontraron refugio en el oriente musulmán por causa de la Europa intolerante. Los sultanes otomanos habían traído a las minorías de todo el imperio y los establecieron en Estambul para enriquecer de esta manera su nueva capital. Si bien los griegos tuvieron una historia muy antigua en Egipto, fue Muhammad Ali Pasha en el siglo 19 quien facilitó su florecimiento. En Túnez, fue Bey Al-Hussein II quien en 1830 le otorgó a la Iglesia Católica las tierras para construir y mantener en perpetuidad la Catedral de San Luis de Cartago (hoy día un auditorio musical).
Estos regímenes nacionalistas eventualmente fracasaran y varias filiales del intolerante islamismo político, si no siempre serán gobierno, influirán muy fuertemente en la opinión pública en donde la xenofobia será reemplazada por el fanatismo religioso. Ese mismísimo odio, en ausencia de estas comunidades ya inexistentes, siempre encuentran nuevos objetivos para esta guerra incesante y purificadora en contra de la diversidad cosmopolita: musulmanes seculares o liberales, librepensadores, homosexuales, kurdos turcos, coptos y yazidis.
Uno se pregunta en qué se hubiese convertido el Medio Oriente si la independencia no hubiese traído un nacionalismo exagerado y febril que atrajera a la mafia, sino a sociedades iluminadas y pluralistas, o al menos un esfuerzo sincero de promover tales sociedades. De hecho, es una gran ironía ver hoy a algunos gobiernos árabes junto a medios de comunicación en idioma árabe tales como Al-Jazeera que se lamentan del nuevo populismo occidental con su enfoque en limitar a migrantes extranjeros o refugiados, dada la tendencia de décadas en el Medio Oriente y África del Norte contra la diversidad y en favor de las minorías demoniacas.
Se habla de construir un museo Claudia Cardinale en Túnez y todo esto para bien.[11] El día en que las autoridades turcas, iraquíes o egipcias reconozcan que en realidad perdieron algo positivo por medio de sus mal consideradas propias acciones pasadas de décadas atrás, cuando existe un Museo Farhud en Bagdad o constancia oficial por las víctimas en Estambul, también será un día de progreso. Los matones nacionalistas atacaron una exhibición en Estambul en el 2005 en celebración del 50 aniversario de los eventos que sucedieron en 1955.[12] Incluso si estas comunidades nunca retornasen, reconocer los errores del pasado es un pequeño paso concreto en dirección a una mayor madurez política, honestidad intelectual y pensamiento crítico, todas estas cualidades que se necesitan desesperadamente a lo largo y ancho de la región.
*Alberto M. Fernández es miembro de la Junta Directiva de MEMRI.
[1] Harissa.com/news/article/claudia-cardinale-et-la-tunisie, 15 de enero, 2016.
[2] Globalurban.org/GUDMag08Vol4Iss1/Malouch.htm, consultado el 19 de octubre, 2018.
[3] Dailymotion.com/video/x4syqu8, consultado el 19 de octubre, 2018.
[4] Theguardian.com/global-development/2017/aug/16/virgin-of-trapani-tolerance-tradition-tunis-procession-of-assumption, 16 de agosto, 2017.
[5] Mosaiquefm.net/fr/video/220153/el-alaa-la-mine-de-plomb-et-l-eglise-tombent-en-ruruine, 27 de diciembre, 2017.
[6] En-attendant-nadeau.fr/2017/03/28/tunisie-albert-memmi, consultado el 19 de octubre, 2018.
18 de septiembre, 2017.
[7] Tocqueville21.com/books/albert-memmi-from-anti-colonialism-to-laicite-by-way-of-zionism, 30 de mayo, 2018.
[8] Huffingtonpost.com/entry/fake-news-and-history-books-the-istanbul-pogrom_us_59bf89dee4b02c642e4a186b,
18 de septiembre, 2017.
[9] John Sakkas. «Grecia y el éxodo masivo de los griegos egipcios». Diario de la Diáspora Helénica vol. 35, n. 2, pp. 101-17, 2009.
[10] Lrb.co.uk/v30/n21/adam-shatz/leaving-paradise, 6 de noviembre, 2008.
[11] Webdo.tn/2017/2017/05/vers-naissance-dun-musee-claudia-cardinale-a-tunis, 5 de septiembre, 2017.
[12] Washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2005/09/29/AR2005092902240.html, 30 de septiembre, 2005.