El 27 de diciembre del 2009, un programa en el canal de televisión libanés Al-Quds TV destacó a un cuentista narrando cuentos de martirio a una audiencia de niños en un estudio de televisión, algunos de los cuales se ven sosteniendo armas (no está claro si son juguetes o armas de verdad). El héroe de la historia es Ismael, un joven que es asesinado por un «francotirador judío» en una batalla con «bandas sionistas que invadieron ciudades y pueblos [palestinos], matando a jóvenes y a los ancianos». Ismael sostuvo su «hermosa arma nueva» con firmeza y dijo: «Mostrémosles a esos maleantes la clase de héroes que somos». El martirio es representado como algo bello, cuando Ismael murió, la sonrisa de su rostro era más hermosa que la luna. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y su rostro era hermoso – más hermoso que en cualquier juego que jugaron cuando niños».

El cuentista Abu Saleh le dijo a los arrebatados niños: «No existe ni un sólo pueblo palestino o ciudad cuya gente no sabe cómo usar un arma. ¿Por qué? Porque han amamantado un arma con la leche de su madre». Cuando juegan a policías y ladrones, dijo, a Ismael le encantaba jugar al policía, porque «sabía iba a ser uno de los defensores de su tierra».

Después de escuchar el cuento, algunos de los niños en el estudio expresaron su identificación con Ismael. Uno de ellos dijo: «Yo soy igual que Ismael. No soy cobarde. Soy fuerte. Quiero morir con un arma en mi mano», y otro dijo: «Me gusta mucho Ismael. Quiero ser como él».

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Ismael fue un verdadero héroe porque mató a más de 10 sionistas

Cuentista: «Érase una vez, cuando las balas volaban por todo el pueblo, y las bandas sionistas destruían todo a su paso, invadiendo ciudades y pueblos, matando a los jóvenes y a los ancianos, Muhammad y los muchachos estaban escondidos. Hubo un intenso intercambio de fuego. Entre quién? Entre gente con máscaras – nadie sabía quiénes eran – y los malditos sionistas. Un bando le disparaba al otro y todo el pueblo estaba en llamas.

«Todos temían, y la gente gritaba: ‘Deténganse! La casa de los Mukhtar está en llamas!’ Todos comenzaron a gritar y a llorar y los hombres no sabían qué hacer.

«Después de unos momentos, un grupo de hombres enmascarados bajó del techo de la casa de los Mukhtar. Dos de ellos abrieron la puerta trasera, que conducía al jardín, y se llevaron a las mujeres, a los niños y a los ancianos. Otros dos hombres enmascarados continuaron disparando contra los judíos a través de la ventana.

«Todo el mundo comenzó a correr cubriéndose con los hombres enmascarados, hasta que llegaron a la mezquita Sheik Nuh. ¿Qué vieron allí? Vieron a Sheik Nuh dándole armas a los enmascarados, diciéndoles: ‘Alá este con ustedes, hombres! Defiendan a su país y su honor! No permitan que ningún judío esté contento! atáquenlos, hombres!’

«Muhammad vio a su amigo Ismael entre los hombres. Ismael estaba tan feliz como si fuera su noche de bodas. Agarró el arma con firmeza – un arma nueva y hermosa. Muhammad se le acercó y le dijo: ‘Veo que estas contento, Ismael’. ‘Por supuesto que lo estoy. Mostrarles a esos maleantes la clase de héroes que somos. Vamos, Muhammad!'»

Niño: «Sabía Muhammad cómo usar un arma?»

Cuentista: «Mis queridos niños, no existe ni un sólo pueblo palestino o ciudad cuya gente no sepa cómo usar un arma. ¿Por qué? Porque se han amamantado junto a esta con la leche de su madre. ¿Sabes por qué?»

Niño: «Por qué?»

Cuentista: «Te diré por qué. Cuando tu tierra está ocupada, cuando el honor de tus mujeres está en peligro, cuando tu casa se la puede robar cualquier día – debes saber como proteger tu honor, tu tierra y tu hogar. Por supuesto, todos estos hombres sabían cómo usar armas, pero Ismael era diferente. Fue un verdadero héroe. ¿Por qué? Porque ese día, mató a más de diez bandidos ocupantes de entre los sionistas.

«Demostró que era un policía muy fuerte. Es por eso, cuando niño solía jugar con otros niños, había algo especial en él. Se negó a jugar el papel del ladrón. Insistía en ser policía. Le encantaba jugar al policía porque se conocía, y sabía que iba a ser uno de los defensores de su tierra.

«Los jóvenes continuaron disparándole a las pandillas de judíos hasta que los expulsaron del pueblo. Las bandas judías comenzaron a dispersarse en todas direcciones, como cucarachas o conejos. Pero uno de ellos se quedó atrás, sentado en una pequeña colina. ¿Quién era? Era un francotirador. Disparó un tiro a distancia, y la bala le dio a Ismael.

[…]

«Ismael fue martirizado ante los ojos de Muhammad. La sonrisa en su rostro era más hermosa que la luna. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su rostro era hermoso – más hermoso que en cualquier juego de los que jugaron cuando eran niños. ¿Por qué? Porque Ismael no era ningún cobarde. De ninguna manera. Era fuerte.

«Incluso cuando fue martirizado, fue fuerte. Su arma estaba en sus manos – el arma que tanto amó. La apretó tan fuertemente que sus amigos no podían quitársela de su agarre. El arma quedó en su mano, y tuvieron que enterrar a Ismael con esta».

Muchacho: «Quiero morir con un arma en la mano».

Muchacho: «Soy igual que Ismael. Yo no soy cobarde. Soy fuerte. Quiero morir con un arma en mi mano».

Narrador: «Pueda Alá bendecirte, hijo mío, Firas. Nadie criado en Palestina es un cobarde. Palestina nos ha enseñado el significado del poder – de poder, de la misericordia, de los sentimientos y del sacrificio. Palestina nos enseñó a ser hombres, incluso cuando éramos niños».

Niño: «Sucedió realmente esta historia, Abu Saleh?»

Cuentista: «Por supuesto hijo mío, ‘Alaa. Le sucedió a todos – a mí, a tu padre, tu abuelo. A los padres y abuelos de todos ustedes».

[…]

Niño: «Abu Saleh, me gusta mucho Ismael. Quiero ser como él».

Narrador: «No eres el único, hijo mío, Musa. Todos los jóvenes palestinos quieren ser como Ismael, pero debes entender que algunos deben permanecer a fin de llevar la estandarte. Algunos son martirizados, y otros continúan [la lucha].

«Por lo tanto, mantendremos la cabeza en alto, y mantendremos el nombre de Palestina grabado en nuestras mentes y nuestros corazones: P-A-L-E-S-T-I-N-A».

Niños (cantando al unísono): «Palestina! Palestina! Palestina!»