Una extraña conjunción de eventos tuvo lugar a finales del verano del presente año 2021. En Túnez, el presidente democráticamente electo del país Kais Saied, suspendió el parlamento y cambió a los funcionarios del gobierno, citando para hacerlo, su autoridad bajo la constitución de Túnez. Casi exactamente al mismo tiempo, el gobierno democráticamente electo en Afganistán estaba siendo derrocado por un grupo insurgente islamista radical – los talibanes – el cual se encuentra estrechamente aliado a la organización terrorista global Al-Qaeda.
Si uno se basara en el contenido de los medios de comunicación los cuales son de propiedad qatarí, principalmente la notoria red de televisión panárabe Al-Jazeera en idiomas árabe e inglés[1] y otros medios de comunicación transmitidos en inglés, pensaría que el presidente Saied es un villano y que los talibanes fueron de hecho héroes, o para decirlo de manera ligeramente diferente, que el preservar la democracia en Túnez implica oponerse a su presidente electo democráticamente, pero cuando se trata de la democracia en Afganistán, eso sí puede ser descartado en su totalidad y el monopolio absoluto del poder por parte de los talibanes, Al-Qaeda y de la Red Haqqani no solo era algo digno de elogio, sino también de reconocimiento y apoyo.
También se pudiera pensar que las acciones de la legisladora demócrata estadounidense Ilhan Omar, quien pide formular una ley contra los hechos de islamofobia,[2] o las acusaciones contra Francia sobre esa misma fobia, deben ser proclamadas mientras que las verdaderas manifestaciones de la mujer afgana quienes enfrentan valientemente a los talibanes en las calles de Kabul, es algo que debe ignorarse cuidadosamente. El hecho de que las propias locutoras de Al-Jazeera, cuya presencia agrega un barniz de pluralismo a la red, ignoren la difícil situación que presentan las mujeres musulmanas en Afganistán (mientras destacan casos seleccionados en Occidente) solo agrega un insulto más a la herida. En este mundo revuelto de política exterior y propaganda por parte de Qatar, palabras como democracia, derechos humanos o derechos de la mujer son meras herramientas que pueden ser utilizadas contra sus oponentes, pero no contra sus aliados más cercanos que gobiernan hoy en Kabul, Gaza y en Ankara.
Esta abierta hipocresía política por parte de los líderes qataríes ha tenido su mayor receptividad al incrementar la presión occidental sobre el presidente tunecino y al malinterpretar la realidad del apoyo qatarí a los talibanes como una especie de mediación imparcial. En ambos casos, existe un objetivo muy claro en ello. En Túnez, se trata de reunir apoyo para el político islamista Rachid Ghannouchi y su partido Nahda por encima de cualquier otra cosa. En Afganistán, se trata de reunir apoyo, recursos y aceptación por los talibanes. Se pensó que el camino hacia el poder supremo para los islamistas en Túnez era a través de una política de partidos y en Afganistán, a través de las armas y los terroristas suicidas talibanes. El objetivo es el mismo en ambos casos.
El agotamiento y desesperación de Occidente en Afganistán lo hacen exquisitamente susceptible a cualquiera que pueda, tal como dicen los qataríes, «demostrar» el buen comportamiento de los talibanes (ese buen comportamiento no ha ocurrido de ninguna manera tangible, pero los talibanes han aprendido de su estancia en Doha el poder decir algunas cosas que Occidente desea escuchar). El ministro del Interior talibán Sirajuddin Haqqani, elogió recientemente a los terroristas suicidas cuyo sacrificio fue parte clave del «sistema islámico» de los talibanes que llegaron al poder, prometiendo parcelas de tierra y dinero a los familiares sobrevivientes.[3] Después de todo, Occidente teme se produzcan oleadas de refugiados afganos en dirección a Europa y refugio seguro para Al-Qaeda en Kabul. Las garantías de los talibanes «mediadas» por Qatar son extraordinariamente endebles, pero a Occidente no le queda más en quien confiar tras la calamitosa retirada de Afganistán.
En lo que respecta a Túnez, el antiamericano Ghannouchi es sólo el último político islamista en seducir a Occidente y especialmente a Estados Unidos, deseosos de llegar a algún tipo de acuerdo con las políticas islamistas.[4] Las versiones occidentales anteriores de esta extraña fascinación se centraron en figuras tales como Erdogan de Turquía o Muhammad Morsi en Egipto, incluso sobre Hamás en Gaza.
Esta «suavidad» por parte de Occidente y de los estadounidenses sobre el islamismo anti-occidental ha sido una enfermedad bipartidista, desde la administración del presidente George W. Bush hasta el día de hoy. La administración Obama mimó a los islamistas gobernantes en Egipto mientras buscaba lograr un acuerdo con Irán.[5] Incluso el presidente Trump, ridiculizado como «islamófobo» por sus enemigos políticos, fue extremadamente tolerante con los islamistas en el poder en Turquía y Qatar y fue Trump quien inició el fatídico acuerdo con los talibanes.
Qatar inicialmente apoyó al presidente Saied, cuando este parecía que sus credenciales nacionalistas y populistas serían muy útiles al estado del Golfo.[6] El retórico historial no está del todo oculto.[7] Pero su reciente cambio de actitud sobre el presidente tunecino ha resonado más en el Congreso estadounidense que en todos los demás lugares. El periodista tunecino Imed Bahri señaló recientemente que Ghannouchi y sus leales «manipulan a miembros del Congreso, pidiéndoles que interfieran en los asuntos tunecinos y ayuden a los islamistas a retornar al poder del cual fueron expulsados ??el 25 de julio, tras 10 años de mal gobierno, mala gestión, terrorismo y corrupción que pusieron de rodillas a Túnez».[8]
Pareciera haber pocas dudas de que aquellos que engañan en Doha han jugado un papel clave en demonizar a un presidente árabe democráticamente electo mientras que en otros lugares apoyan a totalitarios motivados por la religión y al mismo tiempo mantienen una dictadura familiar en casa en donde el gobernante, primer ministro, ministros del interior y cancilleres pertenecen a la misma familia, ninguno de los cuales fue electo para ocupar ningún cargo. De hecho, existe un déficit democrático en el Medio Oriente, pero los hipócritas principescos en Doha y sus contratados voceros en los medios de comunicación son las últimas voces que deberían hablar sobre este tema.
*Yigal Carmon es presidente de MEMRI. Alberto M. Fernández es vicepresidente de MEMRI.
[1] Arabnews.com/node/1519151, 2 de julio, 2019.
[2] Twitter.com/AJArabic/status/1451926393491755010, 23 de octubre, 2021.
[3] Véase el informe del PSATY en MEMRI – Ministro del Interior talibán elogia a atacantes suicidas y distribuye obsequios a sus familias, 20 de octubre, 2021.
[4] Middleeasteye.net/news/tunisia-us-lawmakers-slam-kais-saied-cement-rule, 15 de octubre, 2021.
[5] Jpost.com/Opinion/Why-did-the-Obama-administration-support-Morsis-Muslim-Brotherhood-563641, 28 de julio, 2018.
[6] Thearabweekly.com/qatar-seeks-tidy-image-through-tunisian-presidents-visit, 22 de noviembre, 2020.
[7] Al-ain.com/article/president-tunisia-expose-jazeera, 29 de julio, 2020.
[8] Véase la serie de MEMRI Despacho Especial No. 9603 – Periodista tunecino: El líder islamista Ghannouchi ‘manipula’ a miembros del Congreso de los Estados Unidos – ‘No conocen’ su ‘verdadero rostro’, 21 de octubre, 2021.