Escrito anónimo
Soy mujer y nací en un país de mayoría musulmana y he resistido toda la vida a la presión del velo. El tema del velo es personal para mí y al igual que muchos otros, sigo muy de cerca las protestas en Irán. La chispa provocada por el asesinato de Jina Amini, más conocida en la prensa como Mahsa Amini, perpetrado por la policía moral iraní, tras ser detenida por no llevar puesto el velo correctamente, ha encendido cientos de miles de velas en Irán y estas honorables, nobles y brillantes velas continúan ardiendo con todas sus fuerzas para iluminar a Irán, aunque algunas pueden llegar a quedarse totalmente sin cera por el bien de esta iluminación. Yo creo con todo mi corazón y razón que suficiente luz penetrará a través de la oscuridad.
Algunas mujeres musulmanas con las que he hablado sobre las protestas y que llevan puesto el velo han hecho comentarios extremadamente superficiales para normalizar la situación. Ellas dicen: «El requisito del velo en Irán es muy ligero – de todos modos, uno puede verle el cabello a la mujer. Es suficiente si simplemente envuelven el velo para que de esta manera cubra la mitad de su pelo. Déjenlas que hagan esta pequeñez, ¿cuál es el problema?» El problema aquí no es la manera de utilizar el velo que cumple con el sharia. Es el cómo los gobiernos y las sociedades de muchos países hoy ignoran por completo la inviolabilidad corporal individual de la mujer y buscan moldear a esas mujeres de acuerdo con sus propias creencias y para ello aplican castigos que incluyen la muerte. Nos hemos acostumbrado tanto al requisito del velo que hemos perdido la perspectiva de lo realmente extraño que es. Para ver objetivamente lo absurdo de esta situación, uno solo necesita imaginar un gobierno que asesinó a hombres porque violaron un mandato hipotético de que «los hombres deben siempre utilizar calcetines azules».
Como mujer que nací y viví durante 27 años en un país de mayoría musulmana, puedo decir esto con total certeza: la abrumadora mayoría de las mujeres en esos países que utilizan el velo no lo hacen voluntariamente. Las chicas en esos países son obligadas, ya sea por sus familias o por la sociedad, a utilizar el velo. Después de toda esta presión ejercida, la mayoría de las mujeres que utilizan el velo dicen que lo hacen «porque quieren». Nunca he visto a una sola mujer utilizar el velo sin presión psicológica, violencia física o ambas por parte de sus propios padres, otros miembros de la familia u otros adultos. En tales familias, la forma más ligera de presión es, a medida que la chica crece, hablar como si se asumiese que es así, es un hecho, que en el futuro la chica utilizará el velo y transmitirá el mensaje a menudo de que si no lo hace, no tendrá la aprobación ni el amor de su familia. Las formas más fuertes de presión incluyen el insulto directo, violencia física y no permitir que la chica salga de su casa.
Desafortunadamente, nací siendo la más joven de una familia en la que llevar el velo era un requisito absoluto e incuestionable. Mi madre y mis cinco hermanas comenzaron a utilizar el velo cuando eran niñas. Mientras crecía, vi desde muy cerca la presión sobre mis hermanas por parte de nuestra familia y de la sociedad. Cuando llegó el momento, me impusieron la misma presión. Desde mi infancia, mi familia hablaba como si fuera una certeza, dada como un hecho, de que utilizaría el velo tal cual lo hacen mis hermanas y daba a entender que si no lo hacía, mi familia no me aceptaría. Cuando vieron que me resistía abiertamente a tal presión, comenzaron a obligarme a ir a cursos de estudio del Corán.
En mi época de adolescente, nuestros vecinos y parientes se sumaron a esta presión. Dijeron que los pantalones jeans y las camisetas comunes que yo utilizaba no eran adecuados para «una chica moral», que mis brazos hasta las muñecas no deberían ser visibles, que mis pantalones jeans mostraban la forma de mi cuerpo. Ellos profirieron insultos disimuladamente, me preguntaron a menudo cuándo me iba a poner el velo y dieron interminables discursos sobre el cómo «una mujer con moral y decencia debe utilizar el velo».
En la escuela secundaria, se sumaron a todo esto los abusos y el acoso en la calle, sea este verbal o físico, principalmente en forma de contacto no consentido en entornos concurridos. Los perpetradores eran hombres, la mayoría mayores de 40 años, que pensaban que por no llevar puesto un velo eras una inmoral abierta a esas cosas y por esa razón podían tocarte. La existencia de esta percepción es una certeza: Lo sé porque lo he escuchado de los propios hombres y porque de las conversaciones con las mujeres de mi país natal que conozco, existe una diferencia en la frecuencia con la que las mujeres que usan y no usan el velo experimentan este abuso y acoso. De hecho, en mi país existe una expresión que todo el mundo conoce y que algunos tienen la desvergüenza de decir en voz alta: «Una mujer sin velo es como una casa sin cortinas: ya sea para la venta o para alquilar». Más evidencia de esta forma de pensar se puede encontrar en el cómo, en mi lengua materna, la forma más corta de describir a una mujer que utiliza el velo es decir que está «cerrada» y la forma más corta de describir a una mujer que no utiliza el velo es decir que está «abierta». Estas palabras son las palabras descriptivas comunes y más utilizadas para esta situación: Uno diría «esa mujer está abierta» para decir simplemente que no utiliza el velo. Sin embargo, las implicaciones secundarias de promiscuidad sugeridas en estas dos palabras suenan igual en mi lengua materna que en inglés.
Cuando iba a la universidad, mi novio para ese entonces, con quien hablábamos de matrimonio, se me acercó un día y me dijo: «Después de casarnos quiero que te pongas el velo. Mi familia no querría una novia que no lleve colocado un velo a la cabeza». En ese momento le dije: “Hasta ahora no he usado un velo, a pesar de creer que Alá quiere que lo haga, así que definitivamente no lo voy a utilizar solo porque tú o cualquier otra persona quiere que lo use. Si un día decido usarlo, será totalmente porque Alá lo desea y no porque la gente lo desee». Rompí con él en la misma conversación y hasta el día de hoy sigue siendo una de las mejores cosas que he hecho por mí misma en mi vida.
La gran mayoría de las mujeres de mi país viven una a una las etapas y experiencias que he descrito anteriormente. Algunas de ellas resisten cada una de estas etapas. Desafortunadamente, la mayoría de ellas, en una de estas etapas u otras, no pueden resistir más y se colocan el velo. Algunos comienzan a utilizarlo de inmediato, para complacer a su familia. Otras lo hacen más tarde, para evitar el acoso o las habladurías de vecinos y familiares. Otros aguantan hasta que finalmente ceden para complacer a un potencial marido. Pero cuando se les pregunta, casi todas dirán que utilizan el velo «porque lo desean».
Ellos dicen esto porque espiritualmente es muy doloroso pensar que uno ha hecho algo por sumisión ante estas personas, que se creen con derecho a hablar con autoridad y tomar decisiones sobre tu cuerpo y personalidad, que son las dos cosas más valiosas que puedas poseer. Es mucho más fácil creer que has hecho ese acto porque lo deseabas así. Respeto totalmente la elección que realiza la mujer que realmente utiliza el velo porque desean hacerlo. También entiendo la impotencia que experimentan las mujeres que utilizan el velo como resultado de la presión y no las culpo. Para mí, estas mujeres son víctimas de sociedades musulmanas dominadas por hombres. Mi única expectativa de ellas es que no presionen a sus hijas y a otras mujeres de la misma manera. No deberían continuar con esta cadena de tiranía en contra de las mujeres y en cambio, deberían terminar con ello. Otros deben reconocer que mientras una minoría de mujeres musulmanas utiliza el velo realmente porque eligen hacerlo, sin presión de su familia o de la sociedad, la mayoría de las mujeres que utilizan el velo lo hacen porque se ven obligadas a hacerlo, ya sea por su familia, por la sociedad, o por un gobierno que pretende representarlas.
Esta es la situación actual en el país donde nací, que no se rige por las layes del sharia, por lo que me puedo imaginar la presión física y psicológica que se ejerce e impone sobre las mujeres de Irán, que durante más de 40 años se rige por las leyes del sharia y cuyo gobierno ha obligado a la mujer a llevar puesto el velo. Que en esta época quienes hablan con autoridad en el gobierno y en la sociedad sigan interviniendo en la inviolabilidad corporal individual de la mujer y de su libertad de pensamiento y creencias, para atentar contra sus derechos con presión y violencia, es una vergüenza no solo para los países en lo cual es así, sino sobre toda la humanidad. Al contrario de lo que muchos occidentales puedan pensar, estos ataques no son tema de elección cultural; son simplemente crímenes. La creencia religiosa de una persona es vinculante solo para ellos mismos. Las sociedades musulmanas necesitan entender que el camino hacia el paraíso no pasa por tiranizar a las mujeres y chicos.