Estamos muy cerca de celebrar la creación de lo que se llamó Le Grand Liban, el Gran Líbano como entidad improvisada por las autoridades francesas a instancias de los intelectuales y políticos cristianos libaneses en los años 1920. Este Líbano expandido agregó regiones de mayoría musulmana (pero también la ciudad de Beirut) a lo que fue un estado abrumadoramente cristiano-druso dentro del Imperio Otomano, el Mutasarifato del Monte del Líbano desde los años 1861 hasta 1915. Los libaneses acababan de salir de una cruel hambruna durante la Primera Guerra Mundial que acabó con un tercio de la población y al ya expandido Líbano se le concedió así un buen sentido económico, aunque muy incierto políticamente.
El riesgo político era que los recién incorporados territorios estaban menos comprometidos con un Líbano independiente y más influenciados en las próximas décadas por lo seductor y a la vez engañoso del arabismo e islamismo. Ciertamente, ambas ideologías jugaron un papel en los eventos posteriores sucedidos, en la Guerra Civil Libanesa y en el surgimiento de Hezbolá, un compromiso con el Wilayat al-Faqih iraní como forma de islamismo. Hoy día los problemas del Líbano no son tanto sus fronteras o incluso su sistema sectario sino algo más.
El Líbano enfrenta una de las mayores crisis en su historia; El colapso económico y el hambre acechan su terruño. Las décadas de vivir más allá de sus posibilidades, la corrupción endémica y la incompetencia del gobierno están pasando su mortal factura. Los políticos corruptos y el pésimo gobierno no son exclusivos del Líbano, pero durante las últimas décadas, este deplorable liderazgo se ha integrado a la primera hegemonía del régimen de Assad y ahora a la hegemonía del régimen de Hezbolá. Es muy difícil «arrojar fuera a los vagabundos» cuando existe un actor externo fuertemente armado y despiadado que se asegura que estos permanezcan dentro.
El daño que se le está haciendo al futuro del Líbano, a su papel histórico como refugio para las minorías religiosas, incluyendo a los cristianos del Levant, a la idea del Líbano como un lugar único de convergencia y de relativa apertura y tolerancia, no es nada nuevo. El declive ha venido ocurriendo durante décadas, pero este se está acelerando a gran velocidad en los próximos meses con un poderío aterrador. El Líbano necesitará de billones de dólares, que solo pueden provenir de Occidente y de las instituciones financieras internacionales, a fin de rescatarlo. Además, necesitará ese dinero cuando otros países más grandes y estratégicos también necesiten de una ayuda masiva. Para muchos en Washington, el Líbano tiene poco valor estratégico. En este momento, la actual configuración político-militar en el Líbano es «estratégica» solo para Irán, a través de su franquicia local, Hezbolá.
Y esto es lo irónico de la situación. Cuanto más se parezca el Líbano al resto del mundo árabe, este se vuelve menos diverso, más intolerante, más burocrático, existe menos espacio para criticar a los poderosos y a la élite, mucha menos motivación habrá al apoyo de Occidente. Si esta situación continúa por el camino que sus gobernantes le están preparando, el futuro del Líbano se convertirá en una versión algo mayor de Gaza, pero con montañas y algunos cristianos simbólicos de más. Es mejor apoyar a Sudán o Túnez, países más grandes que se inclinan más hacia Occidente que a la República Libanesa. O Irak, igualmente infectado por la hegemonía iraní, pero mucho más grande que el Líbano y potencialmente mucho más rico.
El verdadero futuro del Líbano se encuentra precisamente en dirección opuesta a la que está tomando hoy. Un Líbano que sea diverso y tolerante sería muy diferente de otros países en el «mundo árabe», sería algo único y muy apreciado, digno de atención. Tal «Pequeño Líbano» evitaría las guerras del Medio Oriente y los conflictos regionales, similar a la cercana Chipre y abriría su propio camino en lugar de servir imprudentemente como base de cohetes de Irán para la próxima guerra con Israel. Este no sería más pequeño de lo que es hoy, sino «pequeño» porque se ocupa exclusivamente de sus propios intereses para de esta manera fomentar su propia distinción y separación. Este huiría de cualquier indicio de ideologías del arabismo o del islamismo por lo sofocante que son sus encrucijadas. Tal Líbano permitiría un nivel de libertad personal y un irrestricto nivel de expresión nunca vistas en otros países de habla árabe. Ese fue una vez el caso, pero hoy, cada vez más, uno observa que el estado utiliza su poder coercitivo para silenciar a sus críticos. No pueden recoger su basura, pero si pueden silenciar y abusar de los críticos. El gobierno en el Líbano cada día se parece más a Siria y menos a Suiza. ¡Qué amarga ironía que esto suceda bajo la presidencia de Michel Aoun, quien saltó a la fama oponiéndose al régimen sirio!
El escenario más probable es que los libaneses seguirán sufriendo, los mejores y más brillantes continuarán emigrando (Aoun le dijo a los manifestantes anti-corrupción que si no les gusta, pueden irse), la represión y la pobreza aumentarán a diario. Eventualmente, algo de dinero les será enviado por la comunidad internacional, asegurado por las promesas de reforma y transparencia que la élite gobernante, trabajando de la mano con Hezbolá, lo utilizará afanosamente para la subversión. Más basura, menos derechos. Más poder del «estado» sobre individuos demasiado pobres o demasiado viejos para marcharse del país.
Un escenario mucho menos probable sería que la comunidad internacional (en el Líbano, esto realmente se refiere a los Estados Unidos y Francia) juegue un juego terrestre mucho más mordaz y agresivo, jugando el juego del gato y al ratón, contra la hegemonía de Hezbolá/Irán y sus títeres dispuestos en el gobierno. Tal enfoque requiere de una visión muy clara y un enfoque muy singular en nuestro resultado deseado. El continuo financiamiento de las Fuerzas Armadas Libanesas (FAL) tiene sus ventajas y desventajas, pero muy probablemente debería continuar. Aparte de las FAL, el desarrollo de las instituciones que deben realizarse en el Líbano no se encuentra en el gobierno sino fuera de este. La asistencia debería priorizar una agenda del «Pequeño Líbano». Esto significa un apoyo a la sociedad civil fuertemente opuesta al estatus quo pro-Hezbolá, a los grupos privados, incluyendo las iglesias y mezquitas, que ayudan a los pobres y a los más desfavorecidos, a salvar aspectos clave de la sociedad libanesa: escuelas privadas y universidades, medios de comunicación independientes, empresarios, libertad religiosa, diversidad étnica y religiosa – eso puede hacerla más distintiva y menos como otra cleptocracia de la Liga Árabe.
Tal escenario debería incluir medidas coercitivas pero específicas contra aquellos facilitadores en Hezbolá. Irán y Hezbolá han trabajado muy duro durante años en lugares como el Líbano e Irak para expandir su base y sus agentes-estado más allá de aquellos musulmanes chiitas fieles a la Revolución Islámica de Irán. En el Líbano, esto significa sancionar a los políticos y empresarios cristianos y sunitas que cubren y facilitan la satrapía de Nasrallah. Es hora de que paguen caro por su traición.
Es muy probable que «Le Petit Liban» surja como la restauración de los Habsburgo o el retorno del Sha. Es muy probable que Hezbolá se desplome cuando sus amos en Teherán colapsen y hasta que eso suceda el Líbano sufrirá. Hezbolá muy ciertamente buscará disminuir la influencia occidental, particularmente la influencia estadounidense en el país, ya que Irán busca hacer lo mismo a nivel regional. Pero esta no es una batalla que debemos abandonar sin combatirla. Si el estatus quo es inaceptable para nosotros – y así debería ser – debemos crear planes hacia un futuro diferente. En el Líbano, puede que sea demasiado tarde para resucitar a un paciente moribundo, pero no es demasiado pronto para ocuparnos laboriosamente en ir hacia la resurrección.
*Alberto M. Fernández es presidente de la red Middle East Broadcasting (MBN). Las opiniones expresadas en este documento son exclusivamente las del autor y no reflejan necesariamente las opiniones oficiales del MBN o del gobierno de los Estados Unidos.