El 25 de enero se celebró el décimo aniversario del comienzo de la revolución de la Primavera Árabe en Egipto. El 7 de febrero, 2011 tres días antes de la dimisión del presidente de Egipto Mubarak, el presidente de MEMRI Yigal Carmon escribió un análisis muy sobrio, titulado «Crónica de un levantamiento condenado al fracaso: La revolución egipcia similar a un microcosmos a la búsqueda de las masas árabes por una participación en el poder y los recursos». Si bien muchos en Occidente se sentían jubilosos por los eventos, este argumentó que la revolución estaba condenada al fracaso y predijo que el ejército egipcio continuaría gobernando Egipto. Lo siguiente es su análisis:

Introducción

En enero del año 2011, los pueblos del Medio Oriente iniciaron su marcha hacia la toma de una participación en el liderazgo y de los recursos de sus países, tras siglos en los que varias oligarquías gobernantes les privaron tal participación. Este alzamiento, que estalló en Túnez, se extendió hacia Egipto. Sin embargo, al igual que la lucha de los pueblos europeos por una participación en el poder, esta campaña contra la hegemonía total de la élite gobernante está destinada a ser un proceso histórico prolongado y multifacético, con numerosos reveses y severas crisis. Esta primera ronda – el actual alzamiento en Egipto – no estará exento de algunos logros, pero en última instancia está condenada al fracaso, ya que la institución militar egipcia mantendrá su control sobre el poder y los recursos del país.[1]

El siguiente análisis examina el alzamiento en Egipto como un microcosmos del proceso en el mundo árabe en general y argumenta que las protestas egipcias son un clamor menor de democracia y libertad que una apuesta por el poder por parte de una clase media marginada.

Los desencadenantes directos y la causa subyacente del alzamiento egipcio

La actual ola de protestas en Egipto fue provocada por tres factores:

1) Un deterioro en la situación económica de las masas como resultado del aumento global de los precios de los alimentos (si bien este fue factor central en Egipto, fue aún mucho más crucial en Túnez);

2) La exclusión total de la oposición del parlamento egipcio tras las últimas elecciones, en las que el partido gobernante NDP obtuvo 460 escaños mientras que a la oposición (no solo a la Hermandad Musulmana, sino a todos los partidos de la oposición) no se les concedió representación alguna;

3) Las protestas en Túnez, que proveyeron a los egipcios con un modelo exitoso de sublevación popular.

Un escrutinio en profundidad revela, sin embargo, una causa mucho más fundamental que delinea al alzamiento egipcio: un intento del pueblo por arrebatarle el poder a las oligarquías militares que han estado gobernando Egipto y controlando sus recursos durante siglos.

Desde la época de la Edad Media, Egipto fue gobernado por oligarquías y dinastías militares de los mamelucos. A principios del siglo 19, el gobernador de Egipto designado por los otomanos Muhammad ‘Ali, acabó con la élite mameluca gobernante y estableció su propia dinastía, que dominó el país hasta bien entrado el siglo 20, ejerciendo el poder incluso bajo la ocupación británica. Esta dinastía fue derrocada en el año de 1952 por la Revolución de Oficiales Libres, que estableció su propia oligarquía y creó una infraestructura conjunta militar y civil. Esta oligarquía domina el país y ejerce un control total sobre sus recursos hasta la fecha presente.

A lo largo de los años, ha surgido una clase media; sin embargo, esta carece de participación en los recursos y centros de poder del país. Hoy día, esta clase media está formada principalmente por jóvenes con altas tasas de desempleo y sin esperanzas para el futuro, pero que poseen educación y familiaridad con el mundo democrático – especialmente gracias a la moderna revolución ocurrida en las áreas de información y comunicación.

Dadas todas estas circunstancias, el actual alzamiento era solo cuestión de tiempo.

Condenado desde el propio comienzo

Sin embargo, el fracaso del alzamiento egipcio es igualmente inevitable. Tres factores conspiran para evitar su éxito.

Primero, las masas se enfrentan a una institución militar bien arraigada, unida y todopoderosa que reina supremamente sobre los centros de poder y sobre las riquezas del país. Además, su imagen popular es la del «defensor de la patria» y sus veteranos son percibidos como héroes de guerra. La mayoría de la juventud ni siquiera se da cuenta de que el ejército es, de hecho, el verdadero adversario, que astutamente ha colocado a los cuerpos policiales al frente de los enfrentamientos con los manifestantes, permitiéndose estos conservar la imagen de ser uno con el pueblo.

Segundo, los manifestantes carecen de liderazgo. Si los acontecimientos hubieran seguido su curso natural, un liderazgo hubiese surgido gradualmente de la clase media y este se hubiera forjado en duras batallas en contra del régimen dictatorial. Sin embargo, debido a las oportunidades que ofrecen las comunicaciones masivas de hoy día, en particular Internet y las redes sociales, así como también el canal de televisión Al-Jazeera, que desempeñó un papel fundamental, las masas desfavorecidas pudieron «saltarse una etapa», movilizándose directamente hacia la propia revolución. En consecuencia, solo ahora, en medio del alzamiento, estos intentan en vano formar un liderazgo.

Es cierto que los opositores políticos existentes están tratando de subirse al tren de la revolución. Estos, sin embargo, no representan a los manifestantes y de hecho se les ve saboteando la revolución a través de su voluntad de negociar con el régimen. Esto es especialmente cierto en el caso de la Hermandad Musulmana, que busca la legitimación que se les ha negado durante décadas. Cabe señalar, de paso, que esta apuesta por la legitimidad ha sido instigada por los Estados Unidos, que ha estado presionando al régimen egipcio para que hable con todas las fuerzas opositoras, incluyendo las «no seculares».

Tercero, el alzamiento egipcio también está condenado al fracaso por razones económicas y prácticas, debido a que es imposible para una población de 80 millones mantener una revolución que paralice la vida durante un período sustancial de tiempo.

Los logros esperados de la fase inicial al alzamiento

Aunque condenado al fracaso en lograr sus objetivos declarados (el derrocamiento de Mubarak y la eliminación del régimen), la fase inicial del alzamiento no estará exenta de logros. Ya es evidente que Egipto disfrutará de más libertad de información y de poder manifestar, e incluso puede que se logren realizar enmiendas constitucionales y derogar parcialmente la antigua ley de emergencia. Las elecciones futuras generarán una mayor representación de la oposición en el parlamento. El Presidente Hosni Mubarak no volverá a postularse — de hecho, incluso pudiera dimitir antes del último día de su mandato actual — y no podrá transferirle la presidencia a su hijo Gamal.

A pesar de todos estos cambios, una constante permanecerá: la hegemonía de la élite militar. Aquellos que pudiesen ser llamados los verdaderos hijos de Mubarak – Omar Suleiman, Ahmad Shafiq, Sami Anan, Hussein Tantawi y muchos otros generales que representan a la institución militar – permanecerán en el poder y mantendrán su control sobre Egipto y sobre sus recursos. El fracaso de la revolución seguramente conducirá a estallidos violentos por parte de los frustrados manifestantes, pero la institución militar encontrará los medios para hacerle frente a todos sus rivales civiles, a través de medios democráticos o menos democráticos. Hasta el próximo alzamiento.

*Y. Carmon es presidente de MEMRI; T. Kuper y H. Migron son compañeros de investigación en MEMRI.


[1] De hecho, se pudiera decir que la primera ronda de alzamientos en el Medio Oriente no fue la actual ola de protestas sino las intifadas palestinas contra la ocupación israelí, en los años de 1988 y 2000. En estas intifadas, además de los ataques terroristas de las organizaciones armadas palestinas, hubo una participación masiva del pueblo en la resistencia contra el ejército israelí. Aunque se trataba de una lucha por la liberación nacional (en lugar de una lucha entre sectores dentro de una sola nación), no obstante, uno podía denominarse como una lucha por la hegemonía y los recursos en contra del poder gobernante israelí. Las intifadas obligaron a Israel a hacer ciertas concesiones políticas, pero Israel permaneció siendo el poder hegemónico.