Suponiendo que la guerra nuclear pueda ser evitada – un enorme «si», a Estados Unidos le ha ido bastante bien en la guerra entre Rusia y Ucrania. Si bien uno duda en predecir el resultado de un largo y agotador conflicto continuo, Rusia ha pagado muy caro a manos de una Ucrania fortalecida por la valentía de sus propios soldados y un océano de armas y dinero, en su mayoría provisto por los estadounidenses. A pesar de no poder disuadir realmente el ataque de Rusia, el uso dado por la administración Biden a su poder financiero, tanto para castigar como para recompensar, ha sido impresionante. Si bien gran parte del mundo se ha mostrado ambivalente sobre el conflicto, Estados Unidos y sus aliados más cercanos han acogido para sí, la causa de Ucrania.
Aunque el liderazgo estadounidense a menudo es confuso y arrogante y Estados Unidos está siendo acosado por un sin fin de problemas internos, la capacidad estadounidense para proyectar el puro poder a través de una combinación de armas y poderío militar, hegemonía sobre el sistema financiero global e influencia en las instituciones multilaterales, sigue siendo muy real. Estos tres elementos del poder nacional han sido exhibidos gráficamente en la guerra en Ucrania.
Pero existe un desafío cuando todo se ve a través del lente de un problema. Recientemente, el presidente Zelensky criticó amargamente a Israel por no proveerle la última tecnología de defensa anti-misiles israelí para ser utilizada contra los ataques aéreos rusos (y facilitados por Irán). Por supuesto, es totalmente comprensible que alguien involucrado en una brutal guerra sea tan insistente. Para los Estados Unidos, ver las relaciones bilaterales tan estrechas parece ser algo imprudente y la toma de decisiones estadounidense impulsada hoy por el conflicto entre Rusia y Ucrania tendrá consecuencias imprevistas en otros lugares ahora y en el futuro cercano.
Washington trató de aliviar las sanciones a los amargos regímenes anti-estadounidenses en Venezuela e Irán con la esperanza de que esto se tradujera en más energía en el mercado global y perjudicara a Rusia. Recompensar a los dictadores Maduro y Jamenei fue considerado como «daño colateral» aceptable en la lucha contra Moscú. Las preocupaciones de Washington sobre los derechos humanos en esos países también parecían importar menos si de alguna manera su producción de petróleo lograse reducir los precios energéticos.
Una parte del esfuerzo contra Rusia es, por supuesto, expandir a la OTAN con la incorporación de Finlandia y Suecia. Aquí hemos visto la humillación de la OTAN con el fin de apaciguar a Turquía, que necesita aprobar la entrada de Suecia en la alianza. Occidente necesita a Turquía y Turquía lo sabe muy bien. Erdogan le vende drones de ataque a Ucrania, pero también ayuda a Rusia de varias maneras. Turquía ha duplicado sus importaciones de petróleo ruso en el año 2022. Durante años, Turquía también ha sido de gran ayuda para Irán, aliado de Rusia, para evadir las sanciones impuestas por Occidente. La empresa estatal de gasoductos BOTAS en Ankara llegó recientemente a un acuerdo con la Compañía Nacional de Gas iraní (NIGC) para incrementar las importaciones de gas. Los dos países a veces son competidores, por ejemplo en el Cáucaso, pero también han encontrado formas de colaborar dentro del tema dinero y energía. Ambos países adoptan una retórica nacional que es profundamente anti-occidental y anti-estadounidense, por supuesto.
Turquía, sabiendo bien que a este se le necesita desesperadamente en Ucrania, la envalentona en otros temas, desde Libia hasta Grecia, Siria y Armenia, pasando por la represión interna y la demagogia llevada a cabo por Erdogan con esperanzas de permanecer en el poder.
Si Estados Unidos ha decidido andar con sumo cuidado ante Turquía debido al tema Ucrania, Washington parece querer ir en la dirección opuesta, el ser abiertamente agresivo y detestable, cuando el tema trata de Arabia Saudita. Increíblemente, la administración Biden trató de representar algo que la OPEP liderada por Arabia Saudita siempre ha hecho – el tratar de mantener los precios del petróleo más altos en lugar de más bajos por el bien de los resultados de los miembros de la OPEP – como una acción pro-rusa.
Increíblemente, hemos visto a la Administración Biden hostigar a Arabia Saudita casi desde los mismos comienzos (e incluso antes de que la administración llegara al poder) en el año 2021, seguida de un breve y dolorosamente incómodo esfuerzo de reconciliación en el 2022 debido a la crisis energética mundial. El viaje de Biden a Arabia Saudita fue precedido por una diatriba sumamente mordaz contra Arabia Saudita en el diario Washington Post y por la ridícula controversia sobre si el presidente le daría la mano o incluso se reuniría con el príncipe heredero a la corona de Arabia Saudita.
La reconciliación fue muy breve y ahora volvemos a Biden amenazando a los saudíes con generar consecuencias como resultado de las políticas de estabilización de precios de larga data de la OPEP. No es de sorprender que los sauditas (y otros) en la región sientan que no pueden confiar en Washington, especialmente bajo el gobierno de los demócratas y buscarán diversificar sus relaciones y sus conexiones de seguridad con otras potencias. Estados Unidos no le «concede» nada a Arabia Saudita, vende armas y protección al reino. Arabia Saudita, a su vez, ha sido históricamente útil para los Estados Unidos en una serie de problemas regionales, grandes y pequeños, durante años.
En un giro irónico de la vida para una administración demócrata que llegó alardeando sobre el cómo sería tan diferente de las políticas idiosincrásicas y personalizadas del más grande que la propia vida Trump, la confrontación de Estados Unidos con Arabia Saudita parece ser profundamente personal, vengativa y miope, justo el tipo de lenguaje que a los críticos les gustaba utilizar sobre el ex-presidente Trump. Parece ser que estamos al borde de futuras medidas punitivas de Washington contra los saudíes que estos no pueden y no aceptarán sin al menos responder. Esta es la misma multitud de DC que entonó el cantico «¡la diplomacia ha vuelto!» en febrero del año 2021 en el Departamento de Estado.
El ministro de Inversiones saudita Khalid Al-Falih declaró recientemente que Washington y Riad poseen demasiados intereses compartidos y que superarán su «injustificada» disputa sobre los precios del petróleo y esa parece ser la clara intención del reino. Las inversiones saudíes en los Estados Unidos son enormes e incluyen más de $130 mil millones en letras y bonos del Tesoro de los Estados Unidos. Si se llega a producir una escalada, parece ser que será de un Washington imperial que de alguna manera se siente empoderado y con derecho solo a un año después de una vergonzosa debacle ocurrida en Afganistán.
En ausencia a una confrontación nuclear, habrá vida y diplomacia luego que finalice la guerra en Ucrania. Mimar al anti-Occidente Erdogan y alienar al aliado estadounidense Arabia Saudita son jugadas imprudentes que perjudican los intereses estadounidenses. Un Washington estrechamente obsesionado con Ucrania toma decisiones alrededor del mundo que, en última instancia, pudieran resultar muy costosas en otros conflictos y relaciones bilaterales en años futuros.
*Alberto M. Fernández es vicepresidente de MEMRI.