La cumbre de Alaska es un evento de la diplomacia mundial rodeado de misterio y, admitámoslo, carente de significado aparente. La incomodidad de esta reunión, repleta de señales no verbales, no se debió solo a la evidente rigidez ante la comunidad internacional, que esperaba, si no un alto el fuego, al menos un atisbo de la posibilidad de lograrlo. El problema residía en la lógica y el formato de la cita en Anchorage: en lugar de realizar primero un minucioso trabajo de expertos y preparar un comunicado conjunto, los líderes intercambiaron firmes apretones de manos y pomposas declaraciones. Primero, un acercamiento simbólico, y luego… silencio.
Fueron negociaciones invertidas, sin garantías de una mayor ejecución de los documentos conjuntos ni del desarrollo de soluciones claras. La incompetencia de la delegación estadounidense, el desprecio por la opinión de los expertos sobre la «cuestión rusa» y la total dependencia del temperamento voluble del presidente Donald Trump condujeron a un fracaso rotundo. Y esto, a pesar de que el secretario de Estado Marco Rubio dio muestras de sentido común poco antes de la cumbre al proponer un plan de «alto el fuego y conversaciones de paz». ¿Qué pasó con este principio camino a Anchorage?
El ministro de Relaciones Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, llega a Alaska con un suéter con la inscripción «URSS» (Fuente: X)
Otra conversación telefónica sin sentido habría sido suficiente
Los diplomáticos rusos, que hace tiempo olvidaron cómo manejar la diplomacia sutil y dominaron la retórica de la propaganda soviética durante la Guerra Fría, no se fijaron el objetivo de alcanzar acuerdos concretos. Su tarea era «encantar» a Trump. El objetivo se logró, pero surge la pregunta: ¿las partes cuentan con especialistas capaces de resolver problemas prácticos? Esto es especialmente importante en el contexto de la reanudación del diálogo sobre control de armamento y no proliferación nuclear; esto requiere habilidades completamente diferentes a ondear un suéter con la inscripción «URSS» o hacer declaraciones amenazantes desde la tribuna de la ONU. ¿Se han perdido estas habilidades? ¿Son realmente necesarias?
De hecho, con semejante resultado de pseudonegociaciones, no era necesario viajar tan lejos; otra conversación telefónica sin sentido habría sido suficiente.
Las expectativas alimentadas por los medios de comunicación se derrumbaron de la noche a la mañana. La sociedad ansiaba la paz. La paz no llegó. Incluso en términos que no le convenían a nadie.
La cumbre de Anchorage se convirtió en un reflejo de la crisis de la diplomacia moderna, donde la forma prevalece sobre el contenido y el populismo político reemplaza el minucioso trabajo de generar confianza y alcanzar acuerdos. En lugar de un análisis profundo de los problemas existentes y la elaboración de una hoja de ruta, las partes se limitaron a un intercambio superficial de cortesías, tras el cual se escondía la ausencia de una estrategia común y de una comprensión de las perspectivas de una mayor cooperación.
Elvira Vikhareva
Clichés ideológicos
La reunión en Anchorage reveló no solo la falta de voluntad política para lograr cambios reales, sino también la escasez de profesionales capaces de llevar a cabo negociaciones complejas y desarrollar soluciones mutuamente beneficiosas. El desprecio por la opinión de los expertos, la sustitución del debate razonado por clichés ideológicos y el afán de obtener dividendos políticos a corto plazo llevaron a que la cumbre se convirtiera en una formalidad vacía que no arrojó resultados tangibles. En una era de desafíos globales que requieren esfuerzos coordinados y un diálogo constructivo, este enfoque de las relaciones internacionales parece extremadamente miope.
Sin una profunda reevaluación de valores y el rechazo de estereotipos obsoletos, el mundo corre el riesgo de encontrarse en una situación en la que incluso los problemas más complejos queden sin resolver y se pierdan oportunidades de cooperación. La cumbre de Anchorage debería ser una lección para las futuras generaciones de diplomáticos y políticos, un recordatorio de que solo el trabajo minucioso basado en el respeto mutuo y el deseo de compromiso puede conducir a resultados reales. Sin esto, cualquier reunión o negociación está condenada a ser solo una frase vacía, incapaz de mejorar el mundo.
*Elvira Vikhareva es una reconocida política de la oposición rusa radicada en Rusia. En 2023, fue envenenada con sales de metales pesados.