Tiritan de frío mientras escasean los suministros de alimentos. Los más ancianos se encuentran privados de medicamentos y los chicos de atención médica de emergencia. Estos no saben si el sistema eléctrico permanecerá funcionando o cuándo impactará la próxima bala o misil o en qué lugar. Pero esto no es Ucrania sino la situación de los armenios de Nagorno-Karabaj, conocidos por los armenios como Artsakh.
El día 12 de diciembre, «activistas ambientales» afiliados al gobierno de Azerbaiyán, respaldados por los cuerpos policiales de Azerbaiyán, bloquearon la carretera en el corredor Lachin que conecta Nagorno-Karabaj con Armenia, el único salvoconducto que queda en esa región con el mundo exterior. Azerbaiyán es una dictadura cleptocrática donde las manifestaciones y el bloqueo de carreteras solo ocurren si el régimen lo dice. El tema no trataba tanto de activistas sino de empleados del gobierno transportados en autobuses por el régimen de Bakú. El país rico en petróleo ha sido gobernado por la misma familia Aliyev desde el año de 1993, primero el padre, el general de la KGB Heydar Aliyev y luego, desde el 2003, su hijo Ilham Aliyev. La esposa del joven Aliyev ha sido vicepresidenta de Azerbaiyán desde el año 2017.
El bloqueo de Artsakh por Azerbaiyán ha sido criticado en Occidente, por la administración Biden y por el Papa Francisco. La directora de USAID Samantha Power pidió el día 15 de diciembre que el corredor Lachin sea nuevamente abierto de inmediato y advirtió sobre el potencial de «una crisis humanitaria bastante significativa». A pedido de Francia y Armenia, el tema debía ser planteado en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el día 20 de diciembre. Tal vez para cuando aparezca este artículo, el cerco habrá terminado. O puede que continúe o se detenga y luego comience de nuevo en una fecha futura. En lugar de esperar por una Navidad armenia el 6 de enero, los resistentes habitantes de Artsaj tienen que calcular cuidadosamente el cómo sobrevivir en las próximas semanas, el cómo alimentarse y mantenerse calientes y estar preparados para defenderse de un ataque que pudiera llegar en cualquier momento y que busque borrar su existencia. La población de Artsakh es firme, pero el objetivo es hacer tambalear dicha determinación a medida que pasa el tiempo.
La situación actual es, por supuesto, el resultado de la victoria militar orquestada por Turquía de Azerbaiyán ocurrida en noviembre del 2020, que puso fin a la segunda guerra Nagorno-Karabaj. El acuerdo tripartito de alto al fuego del 10 de noviembre que puso fin a ese conflicto exige el paso libre en ambas direcciones a través del corredor Lachin (también la liberación de prisioneros de guerra, lo que Azerbaiyán no ha hecho hasta ahora). Según el acuerdo, las fuerzas de paz rusas son desplegadas para mantener el estatus quo, pero los azeríes perciben correctamente que Rusia está debilitada por su guerra en curso en Ucrania.
Artsakh y Armenia – esta última paralizada por el débil e incompetente gobierno de Nikol Pashinyan – se encuentran en su mayoría solos. Los apologistas de Azerbaiyán y Turquía en Occidente, ambos envalentonados por la guerra Rusia-Ucrania, le otorgan mucha importancia a los lazos de Armenia con Rusia e Irán, pero ninguno de esos países, acosados por sus propias crisis, puede hacer mucho y tampoco se van a gastar sangre verdadera o tesoros para «rescatar» de cualquier manera a los armenios de Artsakh. Los países liberales de Europa occidental y Estados Unidos, centrados en crisis tales como la guerra en Ucrania y las preocupaciones sobre el tema China, a menudo parecen tener un ancho de banda muy limitado cuando se trata de una crisis «complicada» en la región del Cáucaso.
Suponiendo que el actual bloqueo no sea el más grande, es más probable que sea un simulacro para el eventual asalto definitivo por parte de Azerbaiyán a Artsaj. Eso pudiera suceder tan pronto como en la primavera del año 2023 o quizás en el 2025, cuando expire el permiso para la presencia de las tropas rusas, a menos que tanto Azerbaiyán como Armenia acuerden realizar una extensión automática.
El desafío para Azerbaiyán es el cómo realizar tal asalto. El régimen de Bakú disfruta actualmente de calidez en aceptación por parte de Occidente, especialmente de parte de la Unión Europea y del Reino Unido, ya que se convierte en una alternativa energética para Rusia. Idealmente, dada la sensibilidad occidental, los azeríes y sus socios turcos preferirían un Artsakh mayormente vacío que mantendría bajas sus propias fatalidades y evitaría molestar a los aprensivos occidentales con imágenes de sangre armenia en situación demasiado prominente. Cualquier cosa que mantenga a raya a la población armenia, ya sea asesinándolos lentamente o limpiándolos étnicamente a través de migraciones, es un objetivo del régimen de Aliyev. Es por ello que bloquear al pueblo ahora asediado de Artsakh con supuestos «manifestantes ambientales» es tan acertado para la sensibilidad occidental. Esto se adapta perfectamente a la mentalidad occidental liberal, con lapsos cortos de atención, con la exaltación de supuestos mítines espontáneos sobre ciertos temas favorables. Si los azeríes pudieran encontrar la manera de vincular su bloqueo con las preocupaciones occidentales sobre el cambio climático o los derechos de aquellos que pertenecen a grupos transgenero, seguramente lo hubiesen hecho.
El objetivo de Azerbaiyán es mantener la presión latente, de una forma u otra, tanto sobre Artsaj como sobre la propia República de Armenia. Cuando el bloqueo de Artsaj entró en su segunda semana, las tropas de Azerbaiyán también abrieron fuego esporádicamente sobre armenios en posiciones fronterizas cercanas a Kutakan. Durante el año pasado, este tipo de acción ha sido sello frecuente de la agresión azerí, sondeando y empujando a través de la frontera armenia, cerrando carreteras, instalando puestos de control, ocupando los lugares más altos, asesinando a algún soldado aquí, un prisionero allá. En septiembre del 2022, estalló una guerra abierta durante 48 horas hasta que una mediación estadounidense aseguró un alto el fuego bastante inestable.
Es terrible que a poco más de un siglo del genocidio armenio, veamos una vez más a otra población armenia amenazada de exterminio. A pesar de la retórica progresista, sabemos que vivimos en un mundo injusto. La solución más justa sería que los habitantes armenios de Artsakh decidieran su propio destino. En repetidas ocasiones ellos han deseado la independencia en unión de sus hermanos en Armenia. La realidad de Nagorno-Karabaj, una zona de conflicto entre una Armenia brevemente independiente y Azerbaiyán en la década de los años 1920, es uno de esos muchos lugares donde el poder soviético impuso, a través de pura fuerza, soluciones temporales que eventualmente se desmoronarían. Uno piensa en lugares tales como Chechenia o Crimea luego de la caída de la Unión Soviética.
Si Azerbaiyán fuese una democracia que respeta a sus ciudadanos, uno tal vez pudiera concebir un Nagorno-Karabaj autónomo en ese país. Pero esto es imposible dada la realidad de Bakú, esta no solo es una dictadura cruel y corrupta, sino una que utiliza la armenofobia como fuente de legitimidad del régimen. La preferencia por Bakú es un Nagorno-Karabaj que ha sido vaciado de su población ancestral, solo el territorio, sin armenios.
*Alberto M. Fernández es vicepresidente de MEMRI.