El barco de estado palestino se hunde bajo el mar (Fuente: Alghad.com, 2 de mayo, 2018)

En días recientes, el movimiento nacional palestino se ve que va en picada ante nuestros propios ojos, en una lucha encarnizada por el derecho a representar a los palestinos, una lucha desprovista de todo significado político en términos de resolver el conflicto con Israel. Al octogenario líder de este movimiento se le nota que está perdiendo totalmente sus habilidades, vomitando antisemitismo por doquier donde culpa a los judíos por lo sucedido en el Holocausto (véase el Despacho Especial No. 7452 de MEMRI, Presidente de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbas: El Holocausto y las masacres de judíos europeos fueron debido a su función en la sociedad de usureros: Hitler realizó un trato con los judíos, 2 de mayo, 2018) por lo que sus declaraciones produjeron para sí mismo una condena internacional.

Cómo fue que llegamos a este punto?

En 1993, en Oslo, luego de casi un siglo de lucha armada, la OLP, para ese entonces el representante del movimiento nacional palestino, respaldó el proceso político. Pero el cambio fue solo táctico, ya que no estuvo acompañado por una transformación ideológica, sin el cual el proceso político es un marco vacío de contenido. ¿Qué cambio ideológico habría hecho que el proceso político fuese un camino genuino hacia una solución pacífica? La respuesta es simple: la renuncia al «derecho a retornar».

Tomó 25 años para que la verdad emergiera, clara como el agua: los palestinos no están listos para renunciar al «derecho a retornar».

Las investigaciones de MEMRI mostraron, desde el día de su establecimiento, el 7 de febrero, 1998 que los palestinos no están dispuestos a renunciar al «derecho a retornar».[1] De hecho, mostró mucho más: la duplicidad palestina y el doble discurso (incitar al yihad en árabe mientras se negocia con Israel), la participación de la OLP en ataques terroristas y la falta de voluntad de Arafat para pasar del rol de revolucionario al de creador y estadista de la paz. Pero la revelación más importante, mucho más importante que cualquier otra cosa, fue la insistencia de la OLP en el derecho al retorno, que a la larga condenó todo el proceso.

En todos estos años, solo una figura de la élite palestina estuvo de acuerdo con el compromiso: renunciar al derecho a retornar a cambio de la retirada total de Israel a las fronteras de 1967. Esa figura fue la profesora Sari Nusseibeh, quien formó un movimiento conjunto junto con un homólogo israelí. El movimiento contaba con unos pocos miles de israelíes y un puñado de palestinos. Nusseibeh fue condenada al ostracismo en su propio campo y finalmente abandonó su postura política.

El Plan de paz saudita del 2002 pudo haber proporcionado una base para una solución basada en particiones, porque en su versión original no incluía el «derecho a retornar». Sin embargo, después que la Liga Árabe enmendó e injertó el «derecho a retornar» en este, se convirtió en algo sin posibilidad de tener éxito o ser realidad (véase el portal de MEMRI TV Clip No. 6031, Ex-presidente libanés Émile Lahoud revela el cómo se obligó a colocar el derecho a retornar en el plan de paz saudita en la cumbre árabe del 2002 (material de archivo), 11 de diciembre, 2014 al 22 de mayo, 2017. Véase también – Análisis del profesor Itamar Rabinovich sobre esa cumbre, La Deformada Iniciativa Saudita, Haaretz.com, 7 de abril, 2002).

Durante los 25 años transcurridos desde Oslo, el conflicto se deterioró aún más cuando los israelíes de buena voluntad creyeron fielmente en las tácticas del proceso político palestino, sin los requisitos políticos concretos para la paz. Israel incluso se engañó a sí mismo al pensar que posponer el debate sobre el «derecho al retorno» haría que el problema se desvaneciera. Sino que ocurrió todo lo contrario: los palestinos interpretaron esto como una aceptación tácita de que eventualmente se les otorgaría el «derecho a retornar», una idea que jamás fue considerada por ningún líder israelí.

En años recientes, al rechazar las propuestas de los primeros ministros israelíes Barak y Olmert para una retirada israelí de casi todos los territorios ocupados y al fracasar, en el último año y medio, incluso para regresar a la mesa de negociaciones, los palestinos han vuelto ellos mismos al punto de partida: a su situación en el año 1947.

Para los líderes sionistas, la prueba siempre ha sido la disposición de aceptar la partición y este ha pasado repetidamente esta prueba. Para los líderes palestinos, la prueba renunciaba al «derecho a retornar» y ha fracasado repetidamente en la prueba.

Muy cierto, una gran parte de la población israelí fue antagónica a la partición, pero aquellos que representaban a la mayoría de la población de Israel estaban dispuestos a aceptarla. Al aferrarse a su «derecho a retornar», los palestinos perdonaron a Israel en su necesidad de seguir adelante con esta elección, con todas sus repercusiones internas potencialmente destructivas.

La insistencia de los palestinos en el «derecho al retorno» y el rechazo de Israel a ello, un rechazo compartido por casi todas las partes del espectro político israelí, de derecha e izquierda, constituyen la verdadera tragedia del conflicto. La abrumadora mayoría de los países occidentales no esperan que Israel acepte el «derecho al retorno». El problema de los asentamientos, que muchos sitúan en el punto de mira, es un problema que pudiera resolverse de diversas maneras, pero la insistencia en el «derecho al retorno» condena la solución de dos estados desde el propio comienzo.

El camino sionista hacia la creación de un estado se caracterizó por la disposición al compromiso y el pragmatismo. Este no fue siempre el caso en la historia judía. En los años 67-135 dC, los judíos creyeron que podían hacer picadillo de los legionarios romanos y enviarlos de vuelta a Roma, al igual que Hamas cree hoy que puede enviar a los judíos de vuelta a los lugares de donde vinieron. Pero, en cambio, fueron los judíos quienes fueron expulsados y que enfrentaron dos milenios de exilio y aniquilación. Este resultado catastrófico quedó profundamente grabado en la psique de la mayoría de los judíos e indujo a la mayoría de los líderes sionistas a aceptar casi cualquier partición a una mentalidad de «negarse a rechazar». Para el momento en que la Marina Real británica rechazaba a los refugiados judíos y los enviaba de regreso a morir en Europa, Ben Gurion exhortó a los jóvenes hebreos a alistarse en el ejército británico que perpetraba esta atrocidad.

¿Hacia dónde se dirige el movimiento nacional palestino hoy día?

Al carecer de los componentes vitales para una solución política, e incapaz de perseverar incluso en un proceso político simulado, este movimiento puede volver a la lucha armada. Por el momento, no lo ha hecho. Incluso Hamas respalda, por ahora, una estrategia de «lucha popular» en lugar de lanzar ataques con misiles contra Israel.

Un escenario alterno es que el movimiento nacional palestino busque su futuro en Jordania. Es cierto que esa solución no está pautada en el horizonte. Pero dada la mayoría palestina de Jordania, a largo plazo este imperativo demográfico no puede ser descartado en su totalidad.

Un tercer escenario sería ver al público palestino integrarse, aunque a regañadientes y por falta de opciones, en Israel (la llamada solución de un solo estado) mientras lucha constantemente por todos los derechos que este puede obtener, tanto civiles como nacionales. Este escenario tampoco se está materializando.

Por lo tanto, el único desarrollo actual es un descenso más hondo dentro de la decadencia y la extinción política.

Dada la incapacidad palestina de renunciar al «derecho a retornar», algunos se preguntan: ¿Hubo alguna vez posibles puntos de salida del conflicto?

Dos escenarios hipotéticos me vienen a la mente:

Si el rey Hussein hubiera aceptado un tratado de paz a cambio de una retirada israelí inmediatamente después de la guerra de 1967, el tema del «derecho al retorno» pudo haberse desvanecido gradual pero significativamente.

Si Israel hubiese persistido en su negativa de principio de reconocer a la OLP, el abanderado del «derecho al retorno», e intentase llegar a una solución gradual con un liderazgo palestino local, pudiera haber comenzado un proceso más realista, aunque muy sangriento. Esto pudiese haber recibido un respaldo político significativo de Egipto, si Sadat hubiera sobrevivido a su intento de asesinarlo.

Pero todo esto es tanto hipotético como discutible.

Mientras los palestinos no logren un cambio ideológico histórico y renuncien al componente del «derecho al retorno» de su identidad y lucha nacional, estos no tienen perspectivas de realizar ningún objetivo nacional verdadero.

Uno espera, por el bien de los palestinos, que no les tome dos milenios, como les costó a los judíos, aceptar la necesidad de moderación y pragmatismo. La convicción de ‘Abbas y la OLP de que Israel es un proyecto colonialista que inexorablemente está condenado solo prolongará su sufrimiento.

*Yigal Carmon es fundador y presidente de MEMRI.


[1] Véase: Washingtonpost.com/archive/opinions/1998/02/07/on-fire-with-hate/ccaf6175-e047-40fb-a8ad-d9e450b7309d/?utm_term=.79fcd5f44afa, 7 de febrero de 1998; Washingtonpost.com/archive/opinions/1998/01/23/where-the-talk-is-of-hate/1ec1bc8b-2c23-4368-9384-b420c761ecaa/, 23 de enero, 1998.