Por: Alberto M. Fernández

El siguiente es un editorial del Vicepresidente de MEMRI Alberto M. Fernández, publicado en el Washington Post el 24 de mayo, 2017 (Lea el artículo en Washingtonpost.com pulsando aquí).

Los musulmanes y cristianos civiles iraquíes cargan una cruz de madera el mes pasado cerca de un monasterio en Mosul, al norte de Irak. Un grupo de activistas civiles elevó la cruz como un mensaje de amor y convivencia pacífica entre las comunidades en Mosul, dijo un activista iraquí. (Omar Alhayali/Agencia Europea Pressphoto)

Alberto Fernández, Vicepresidente del Instituto de Investigación de Medios de Comunicación del Medio Oriente, sirvió como coordinador del Departamento de Estado para el Centro de Comunicaciones Estratégicas Contra el Terrorismo desde marzo-2012 a febrero-2015

El auto-declarado califato del Estado Islámico se está desmoronando, si bien de una manera demasiado lenta. Tristemente, sin embargo, su colapso definitivo no será el final de esta narrativa. Esta dejará tras de si una insurgencia aún muy letal que por decir casi seguramente intentará poner en marcha ataques terroristas en todos los confines del mundo, así como también una amplia franja de destrucción física y vidas devastadas que se extenderá desde Alepo hasta Ramadi.

Y sin embargo, aunque el Estado Islámico está «perdiendo la batalla», no se puede negar que también «obtuvo» algunas cosas. Esta ha creado hechos desagradables sobre el terreno. Ha destruido comunidades que nunca volverán a levantarse. Muchas aldeas Yazidi y ciudades dentro de sus alrededores están destinadas a permanecer permanentemente vacías por las matanzas y la fuga de sobrevivientes desesperados. Los yihadistas del Estado Islámico también lograron destruir a la antigua comunidad cristiana de Mosul, a cuyos miembros supervivientes les fue robado todo lo que tenían cuando fueron expulsados ​​de la ciudad en julio del 2014. Muchos de los supervivientes de estos mismos grupos minoritarios permanecen dispersos por la región y algunos todavía no han decidido si deberían permanecer, con todos los riesgos que esto implicaría, o marcharse para siempre. El Estado Islámico ha roto el tejido de la milenaria diversidad de la región la cual nunca podrá ser totalmente reparada.

El discurso del Presidente Trump en Riad el domingo buscó, tal como lo hicieron dos presidentes antes que él, quebrar la plática de divisiones hostiles entre civilizaciones. Este debería ser elogiado por hacerlo. De esta manera también, los estadounidenses comunes quienes se esfuerzan por romper con las ya narrativas establecidas de larga data de intolerancia y estereotipos. En enero del 2017, cuando un incendio destruyó una mezquita en Victoria, Texas, los estadounidenses comunes recaudaron más de un millón de dólares para su reconstrucción.

A medida que el Estado Islámico retrocede, existe una oportunidad vital para que los estados musulmanes mayoritarios construyan un ambiente positivo a la concentración de Riad. Académicos como William McCants y David Andrew Weinberg han hecho sugerencias concretas sobre los cambios en el proselitismo salafista y en los libros de texto sauditas, respectivamente. Los gobiernos de Estados Unidos y Arabia Saudita también anunciaron una serie de medidas relacionadas con el financiamiento del terrorismo, la venta de armas y un centro de mensajería.

Pero deberíamos también considerar maneras frescas para que los líderes musulmanes ataquen los estereotipos negativos mostrando un apoyo concreto y así restaurar lo que el Estado Islámico trató de exterminar. Incluso la resurrección de una sola comunidad sería un poderoso mensaje de solidaridad y diversidad en un Medio Oriente que se está decolorando cada vez más mientras que un Occidente globalizado se ve mucho más diversifico.

La situación en Mosul, ahora una ciudad musulmana sunita uniformemente limpiada de sus minorías, se encuentra en una terrible situación. Lo mismo puede suceder pronto en Raqqa, la «capital» del territorio del Estado Islámico. A pesar de todo el sufrimiento que este infligió a su población musulmana sunita, el Estado Islámico no buscó exterminar y borrar todo rastro de existencia de la comunidad hasta la última lápida. En contraste, los yazidis fueron esclavizados en gran número y los cristianos en su mayoría fueron expulsados, mientras que la cultura material de ambos fue blanco de una total destrucción.

No existe manera de que todo este daño pueda ser reparado. Pero si existen maneras de tomar posturas contra esta política de destrucción. En el Líbano en 1939, se estableció un nuevo asentamiento en el antiguo lugar de Anjar que incorpora a los supervivientes de la heroica postura armenia contra el genocidio en Musa Dagh. Algunos años más tarde en Israel, un kibutz incorporó y conmemoró a los sobrevivientes del levantamiento del Gueto de Varsovia y a otros partidarios y seguidores judíos.

Imaginen la resurrección de una comunidad no musulmana que el Estado Islámico haya tratado de exterminar. Qué mensaje tan poderoso este enviaría. Y el mensaje resonaría aún más fuertemente si el trabajo se hiciese con el apoyo de los estados musulmanes.

Tal iniciativa pudiera ser implementada casi en cualquier lugar. Siria o Irak, por supuesto, son los lugares más probables. Dadas las complejas realidades políticas, probablemente el área menos problemática sería en la llanura de Nínive en Irak, ya sea restaurando una ciudad ya existente o estableciendo un nuevo asentamiento.

Algunos se han burlado del tema propuesto por Trump a la llamada «Aventura Abrahámica». Pero cualquier acto de bondad y solidaridad por parte de estados, a las comunidades e individuos que rompen barreras entre las tres grandes religiones abrahámicas hacen que estos tengan un buen sentido. Esto sería verdad sin importar quien esté en la Casa Blanca, e incluso si el Estado Islámico nunca hubiese causado problemas en lo absoluto. Por otra parte, restaurar una comunidad es un resultado mucho más tangible que la próxima ronda de reuniones interreligiosas o declaraciones bien intencionadas sobre la tolerancia que rara vez parecen tener un impacto real.

La diversidad religiosa y étnica ha sido siempre una característica principal del Medio Oriente musulmán. Ésa fue la realidad, a pesar del despotismo del sultán o del príncipe del día. Hoy, esa apreciada calidad está amenazada como nunca antes y no sólo a manos del Estado Islámico. Si los estados de la región están de hecho tan unidos contra el Estado Islámico tal como ellos reclaman, entonces también deberían trabajar para asegurar que los resultados del celo del grupo no sean firmemente establecidos y que no sean cómplices en cosechar los frutos de su infamia.

Esto no requiere de palabras, sino de acciones. Es totalmente razonable que Estados Unidos aliente a sus socios a tomar medidas con el fin de restablecer la mayor diversidad étnica y religiosa posible en áreas bajo el control del Estado Islámico. Ahora es el momento de comenzar.