Por: Alberto M. Fernández

Cuando recientemente se le preguntó al portavoz del Departamento de Estado por la ausencia de Estados Unidos en las conversaciones entre Rusia, Turquía e Irán sobre el futuro de Siria, este descartó su importancia, diciendo: «El Secretario encuentra perfectamente factible el no estar en la sala» si el resultado es «un cese de hostilidades que realmente pueda importar durante un período de tiempo».

Las palabras del portavoz buscaron dar el mejor giro posible a lo que fue un evento singular, parte de una tendencia global mayor, siendo este el marginar la influencia estadounidense en la región y el intento agresivo por otras potencias de reducir aún más a los estadounidenses y expandir sus propias esferas de influencia. Las palabras del portavoz también enmascararon una verdad mayor – de que estas pláticas se refieren a hechos mayores que los acontecimientos recientes en Siria.

Esto no tiene como objeto minimizar la importancia de la toma de Alepo en energizar los contactos diplomáticos. La caída de la ciudad ha causado gran consternación en el mundo musulmán árabe sunita y en Turquía. También ha sido una gran victoria militar tanto para Irán como para Rusia, incluso si no representa un final definitivo a este sangriento conflicto.

Pero los tres poderes traen consigo muchas más acciones y temas a la mesa más allá de la caída de una ciudad, sin importar cuán estratificada o famosa o cuán grande es la tragedia humana de decenas de miles de sirios.

Para Turquía, es tratar de salvar las vidas de gente al este de Alepo y de tratar de encontrar algún tipo de acomodo para sus aliados sunitas al norte de Siria, pero también a la confrontación del gobierno de Erdogan con los rebeldes nacionalistas kurdos tanto en Turquía como en Siria. Turquía ve ahora la supervivencia del Presidente sirio Bashar Al-Assad como el precio a pagar por el restringir las aspiraciones kurdas.

En Siria (y al menos políticamente en Irak), Turquía está renovando sus credenciales como protector de los musulmanes sunitas, un papel que le ha dado una dimensión regional e incluso internacional en África y Asia Central, mientras persigue una campaña punitiva contra sus enemigos domésticos. El compromiso con Rusia por el bien de salvar a los sirios es políticamente popular, mientras que existen elementos nacionalistas en Turquía, incluso en el ejército, que observan con algún favor una inclinación hacia Moscú.

Irán es único en que ni Turquía ni Rusia han invertido en sangre y tesoros en Siria para hacer avanzar sus intereses que Irán realizó para proteger a su estado cliente en Damasco. Más de mil iraníes, incluyendo altos oficiales, han caído al servicio del imperio revolucionario iraní en el Levant. El principal procurador no estatal de Irán, el Hezbolá libanés, ha incurrido en pérdidas aún mayores.

Las ambiciones regionales de Irán son expansivas y estas están en marcha en el Golfo, en Yemen y aparentemente en lugares donde existen muy pocos o ningún musulmán chiita.

Por lo tanto, Irán se compromete con Turquía y Rusia a maximizar sus ganancias en el Levant y garantizar que estas sean protegidas, mientras que los rusos persiguen sus propios intereses mayores con el gobierno de Ankara. Irán es como un lobo que protege a su presa duramente obtenida, asegurándose que no le sea arrebatada de la boca.

Claramente, los iraníes quisieran perseguir una línea más dura que incluso los rusos, limpiándoles los restantes cúmulos a la resistencia rebelde sunita.

Los intereses de Rusia con Turquía e Irán también trascienden Siria, donde este ha podido asegurar una ventaja, al menos por ahora, con una inversión militar relativamente mínima. De hecho, el compromiso de Rusia con ambos países puede verse como parte de una estrategia rusa mucho más amplia – que ha logrado algunos éxitos verdaderos – proyectar su poder a nivel mundial para tratar de aprovechar la mejor postura posible para el régimen de Putin frente a las sanciones occidentales y la hostilidad norteamericana.

Siria es importante para Rusia, pero Rusia es aún más importante para Rusia y Siria. Turquía e Irán son piezas clave en sus esfuerzos, en un asombroso esfuerzo por parte de Rusia de practicar una especie de jiujitsu político internacional para intentar salirse de una camisa de fuerza económica impuesta por Occidente. La «Declaración de Moscú» del 21 de diciembre para la realización de una acción conjunta en Siria es sólo el último éxito de un país económicamente débil y turbulento que utiliza creativamente tácticas de guerra híbridas no convencionales junto a propaganda, acciones militares y diplomacia a través de una serie de campos de batalla físicos y virtuales.

A pesar de las palabras del Departamento de Estado, nosotros nunca sabremos lo que el gobierno de Obama realmente piensa sobre este último desarrollo. Dada su arrogancia, es altamente posible que altos funcionarios consideren sea una reivindicación de años de política por parte de Obama que buscó desentenderse de los conflictos de la región y desestimó las preocupaciones de los aliados tradicionales de Estados Unidos mientras buscaba una apertura con Irán. Estos pueden bien pensar que esto es relativamente algo bueno para Washington, colocándole peso a al menos algunos de los espinosos problemas de la región sobre otros.

Otros pudieran decir que es la última de una larga serie de pasos fatales en la última década por parte de esta administración en desentender a los Estados Unidos de una política internacional de consenso internacionalista implementada por una élite ridiculizada por un alto funcionario de Obama como ‘The Blob’ (La Mancha)». El resultado parece ser claro. La influencia estadounidense en la región del Medio Oriente está en su punto más bajo posible. La palabra y credibilidad de los Estados Unidos se ven disminuidas. Todavía despreciadas, también se ven como débiles e irresponsables. Las consecuencias de esta política no sólo perseguirán a la administración Trump, sino también a los que vienen tras esta. De hecho, la administración ha sido capaz de lograr una hazaña: de alguna manera ha encontrado una manera de darle poder y envalentonar no a un adversario, sino a toda una serie de ellos.

*Alberto M. Fernández es Vicepresidente de MEMRI.